Año 8, número 399
Luis-Fernando Valdés
Ya está cerca la
Noche buena. Las reuniones con los familiares y amigos nos llenan de ilusión.
Los regalos expresan el cariño y la cena manifiesta la hospitalidad. La Navidad
es entrañable, pero ¿conserva todavía algún sentido religioso? ¿La Navidad nos
dice todavía algo a los hombres y mujeres de hoy?
Benedicto XVI enciende una vela para significar el nacimiento de Jesucristo, Luz del mundo |
El 25 de diciembre
es la fecha que los Primeros Cristianos escogieron para celebrar el nacimiento
de Jesucristo, porque ese día ocurre el equinoccio de invierno, cuando el sol termina su parábola descendente y
empieza a haber más tiempo de luz que de oscuridad. El significado es que
Cristo es la victoria de la luz sobre las tinieblas.
Pero la Navidad ya casi no tiene un significado
espiritual para el hombre moderno. El hombre de hoy ha vencido los límites de
la gravedad y llegado a la Luna y a Marte; además, ya descifró el mapa del
mundo microscópico de los genes (el genoma). El universo ya no tiene secretos
para él, entonces ¿para qué recurrir a Dios?
El hombre del
siglo XXI ha inventado las comunicaciones instantáneas y así el planeta se ha
convertido en una “aldea global” (Marshall McLuhan). Y con internet, la web
ofrece todo tipo de conocimientos: libros, música, imágenes, mapas. Todo el saber
de la humanidad está a un “clic” de distancia. ¿Qué nos añade acudir a Dios?
La sociedad actual
se presenta a sí misma como autosuficiente: dice que no necesita de ningún dios
para ser solidaria, tolerante y justa; afirma que el progreso tecnológico y económico
–no la oración ni los ritos religiosos– ha traído esperanza y bienestar.
Sin embargo, basta
un repaso a las noticias del mundo para que esa autosuficiencia se derrumbe.
Hoy mismo contrasta la sociedad de consumo (“Black Friday”, “el buen fin”) con
las hambrunas de África. Hoy mismo vemos a niños destrozados por el uso de las
armas, por el terrorismo y por cualquier tipo de violencia, en una época en que
se invoca y proclama por doquier el progreso, la solidaridad y la paz para
todos.
A pesar del progreso
técnico, el hombre no progresa moralmente: sigue siendo el mismo. En todo ser
humano perdura el drama interior: el riesgo de la libertad que puede elegir el
mal para sí mismo o para los demás.
Por eso, como explica Benedicto XVI, los
contrastes entre el progreso de unos y la miseria de muchos, entre los
discursos pacifistas y la violencia diaria, son en realidad una “desgarradora
petición de ayuda” (Mensaje
"Urbi et Orbi", Navidad 2006).
Los hombres y las mujeres de hoy también “necesitan quizás aún más un
Salvador, porque la sociedad en la que vive se ha vuelto más compleja y se han
hecho más insidiosas las amenazas para su integridad personal y moral” (Ibídem).
Ante estos peligros para el ser humano, “¿quién puede defenderlo –pregunta
el Papa– sino Aquél que lo ama hasta sacrificar en la cruz a su Hijo unigénito
como Salvador del mundo?”
También hoy la Navidad conserva su pleno sentido religioso. Celebramos que
entra en el mundo “la luz verdadera, que alumbra a todo hombre” (Juan 1, 9). “Hoy,
también hoy, nuestro Salvador ha nacido en el mundo, porque sabe que lo
necesitamos” (Ibídem).
El ejemplo y las enseñanzas de Jesús nos muestran cómo superar las
injusticias y la violencia, mediante el amor total y desinteresado a Dios y a
los demás. Celebrar la Navidad es una manera de expresar que estamos alegres
porque tenemos un Salvador, que nos permite superar la debilidad de nuestra
propia libertad, superar el mal y ser solidarios, pacíficos y justos.
¡Felices fiestas para todos!
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