Año 8, número 398
Luis-Fernando Valdés
Una sonada noticia
de estas últimas dos semana ha sido la denuncia de la corrupción en las
cárceles de nuestro País. Era una situación ya conocida, pero que ahora fue
documentada con videos tomados en el interior de los reclusorios. El mensaje es
claro: la opinión pública debe intervenir, pero ¿qué podemos hacer los
ciudadanos?
Benedicto XVI saludando a los presos de la cárcel de Rebbibia (Roma, 18.XII.11). |
Los datos son
espeluznantes. Un reportaje del periódico “Reforma” muestra como los penales
son de hecho escuelas del crimen, “call centers” de la extorsión, centros de
reclutamientos de sicarios. De manera, que con la corrupción carcelaria pierde
toda la sociedad.
Por eso, la
rehabilitación de los presos es capital para la estabilidad y la paz sociales.
Sin embargo, da la impresión de que cuando un reo es declarado culpable de un
crimen y sentenciado, la sociedad se desentiende de él, como si lo enviara a un
basurero (qué significativa es la frase: “lo metieron al bote”). Pero ése es el
gran error, pues de ahí el reo saldará convertido en un enemigo de la misma
sociedad.
Deberíamos tomar
en cuenta que –en la práctica– en las cárceles hay personas inocentes (aunque
hoy no hablaremos de ellos) y también
infractores de delitos menores, de manera que no todos son “monstruos” que no
merezcan compasión. Es injusto, por eso, desentenderse de las personas que
están ahí recluidas.
Recientemente,
Benedicto XVI ha recordado que los centros penitenciarios deben comprometerse “en
la rehabilitación efectiva de la persona, sea en función de la dignidad que le
es propia, como con vistas a su reinserción social”.
También ha
explicado el Papa que la función rehabilitadora de la pena no debe considerarse
“como un aspecto accesorio y secundario del sistema penal” sino “como su razón
culminante” (Discurso, 22.XI.2012)
En otras palabras,
no es suficiente que la persona que es declarada culpable de un delito sea
simplemente castigada con la prisión; es necesario también que el
encarcelamiento incluya acciones para mejorar a la persona.
En primer lugar,
se requiere un cambio en el paradigma del sistema penitenciario: desde evitar
el hacinamiento de los presos, el respeto a cierta privacidad de cada uno, la
separación de los reos según el tipo de crimen y de peligrosidad, de manera que
los más malos no perviertan a los que no tienen tanta malicia, entre otros
aspectos.
Si se plantea bien
el sistema de rehabilitación, no sólo se debería capacitar para un oficio a los
reos, sino ante todo ayudarlos a rehacer su interior, a aprender a limpiar sus
conciencias: lo que en términos religiosos llamamos conversión o redención. Una
persona que ha aprendido a pedir perdón, muy posiblemente no volverá a
reincidir.
También juegan un
papel importante las familias de los reclusos. Sólo el amor puede transformar a
una persona, y el amor que los presos necesitan en la práctica sólo provendrá
de sus propios familiares. De ahí la importancia de que se facilite a los
parientes la visita a sus seres queridos que están la cárcel.
No podemos seguir
pensando que las cárceles son un agujero negro que absorbe a los convictos, y
que de esa manera, como por magia, desaparecerán los problemas de seguridad
pública. No es así: esos presos saldrán a la calle… y se comportarán según lo
que hayan aprendido en los penales.
Los ciudadanos
podemos contribuir a sanear esos lugares de reclusión, si mantenemos este tema
en la opinión pública. Si manifestamos estas inquietudes en las redes sociales,
y en los medios, porque la corrupción se combate denunciándola, sacándola de la
oscuridad.
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