Año 8, número 397
Luis-Fernando Valdés
Hace unos días
Benedicto XVI publicó una normativa para las instituciones caritativas de la
Iglesia católica. Parecería tratarse de un documento disciplinar, pero en
realidad es una nueva “ofensiva” del Papa en su batalla contra el laicismo.
Benedicto XVI defiende el sentido religioso de la caridad cristiana. |
Desde el comienzo
de su pontificado, el Papa alemán ha hecho frente al laicismo. Primero fue la
fuerte denuncia a la “dictadura del relativismo” (abril 2005). Más adelante –entre
otras medidas– propuso enfrentar la crisis financiera mundial desde la ética
cristiana, con la Encíclica “Cáritas in veritate” (29.VI.2009).
Con el documento “De
caritate ministranda” (“El servicio de la caridad”, 11.XI.2012), el
Pontífice señala claramente que las instituciones católicas de beneficencia
deben tener muy clara su propia identidad religiosa, y señala que “es preciso
garantizar que la gestión [de las iniciativas de caridad] se lleve a cabo de
acuerdo con las exigencias de las enseñanzas de la Iglesia”.
Sin mencionarlo
expresamente, Benedicto XVI se está enfrentando al laicismo que desde finales
del siglo XVIII se ha ido apoderando de las “banderas cristianas”. La
Ilustración tomó los grandes ideales cristianos, pero los despojo de su sentido
religioso: la libertad, la igualdad y la fraternidad dejaron de ser el mensaje
de Jesucristo, para convertirse en temas civiles regulados por el Estado.
Una de esas
“banderas” que la religión cristiana ha ido perdiendo en los últimas décadas es
la caridad. Esto no significa que la gente de hoy no sea solidaria o que deje
de preocuparse por los demás. Más bien, quiere decir que el “motivo” por el
cual la gente es solidaria ya no es religioso.
En efecto, la
caridad –que durante siglos han promovido tanto la Iglesia católica como las
Iglesias reformadas y la evangélicas– se ha fundado en una razón espiritual: es
la manera como los creyentes “aman al prójimo como a sí mismos”, y como buscan
imitar a Cristo.
Este gran
movimiento multisecular de caridad no ha desaparecido, ni siquiera con el
descenso de la práctica religiosa cristiana, pero se ha transformado. Hoy día,
muchas personas no creyentes o no practicantes dedican su tiempo y su dinero a
labores filantrópicas. Y esto parecería confirmar que ya no hace falta ser
cristiano para ser caritativo y solidario.
La gran pregunta
es si se requiere ser creyente para tratar con caridad a los demás,
especialmente a los más necesitados. Y Benedicto XVI responde con un gran sí,
porque las actividades caritativas deben tener en cuenta no sólo las
necesidades materiales de las personas, sino también las espirituales.
La caridad
cristiana no se reduce a proporcionar ayuda material, aunque esto ya es muy
loable. El Papa explica que los fieles deben brindar al hombre contemporáneo “no
sólo sustento material, sino también sosiego y cuidado del alma”.
Insiste en que la
mera ayuda material “resulta insuficiente si en ella no se puede percibir el
amor por el hombre, un amor que se alimenta en el encuentro con Cristo”. Por
eso, en el ejercicio de la caridad, las instituciones católicas y los fieles
que trabajan en ellas deben nutrirse primero de una vida espiritual intensa.
Una solidaridad que no considere las
necesidades espirituales de las personas, corre el riesgo de volverse en contra
del hombre mismo, como la fraternidad ilustrada acabo por llevar a miles a la
guillotina. Por eso, Benedicto XVI tiene clara la batalla de devolverle el
sentido religioso a la caridad, para que no caiga el último bastión de un mundo
más humano.
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