Año 8, número 398
Luis-Fernando Valdés
Una vez más, el
Papa fue noticia. Ahora por empezar a enviar mensajes por medio de Twitter. Los
medios destacan la conjunción de un raro binomio: la Iglesia y la comunicación
contemporánea. ¿Hay una verdadera antinomia entre fe y progreso?
El Papa Benedicto
se estrenó en el mundo de los tuits, en una fecha llena de alegorías: el día
12, del mes 12, del año 12 a las 12:12 horas. Nada más abrir la cuenta
@pontifex en ocho idiomas, el número de suscriptores fue exponencial hasta
llegar hoy a un millón doscientos mil.
El esperado primer
mensaje –que alcanzó 100 mil retuits rápidamente– estuvo caracterizado por la
alegría y una bendición: “Queridos amigos, me uno a vosotros con alegría por
medio de Twitter. Gracias por vuestra generosa respuesta, os bendigo a todos de
corazón”.
La entrada del
Papa al mundo de la comunicación instantánea fue gradual, y muy pensada. Se
remonta a 2010, cuando la agencia española de publicidad 101 envió una carta al
Vaticano para sugerirle cómo podía utilizar los medios sociales para
comunicarse.
Esta agencia se ha
encargado de la cuenta del papa en Twitter, del portal de noticias del Vaticano
y de una aplicación para móvil que estará disponible, previsiblemente, en enero
de 2013 y que permitirá seguir en directo las intervenciones del Papa.
La prudencia para
dar este paso nada tiene que ver el rechazo por lo moderno. Sin embargo, la
historiografía laica contemporánea suele situar a la Iglesia como una
institución del pasado (del “medioevo”), la cual se aferraría a sus tradiciones
para mantener el poder temporal del que gozó en siglos anteriores.
Nada menos
verdadero que eso. Fiel a su misión de llevar el Evangelio a todos los rincones
de la tierra, la Iglesia desde su comienzo se ha valido de todos los
instrumentos de vanguardia a su disposición para transmitir el mensaje de
Jesucristo.
Para empezar, los
primeros cristianos utilizaron la escritura para conservar el mensaje revelado
(así se formó el Nuevo Testamento). San Pablo empleó los medios de transporte
de su época para sus viajes apostólicos a la largo del mundo mediterráneo.
Por eso, que los
Pontífices contemporáneos utilicen los medios de comunicación recientes no es
novedad. Pío XII se hizo famoso por sus radiomensajes durante la Segunda Guerra
Mundial. Juan XXIII y Pablo VI irrumpieron en el mundo de las transmisiones por
televisión. Juan Pablo II puso en marcha la página web del Vaticano.
¿Por qué, pues, algunos
se extrañan de que Benedicto XVI abra una cuenta de Twitter? Quizá porque
siguen sujetos a ese estereotipo que atribuye a la Iglesia los adjetivos de
“retrógrada” o “antigua”, con sentido despectivo.
Sin embargo, el
fondo de la cuestión es otro. Si la Iglesia se opone a lo que un sector del
mundo contemporáneo aprueba a nombre de la libertad (aborto, eutanasia, etc.),
no es porque esté buscando volver al pasado, sino por la convicción que el
mensaje de Jesús, conservado y transmitido por la Tradición y la Biblia, sigue
siendo válido para nuestra época.
El “Año de la fe”
convocado por Benedicto XVI tiene esa finalidad: iluminar desde la fe
bimilenaria, desde los principios universales sobre Dios y sobre el hombre, la
situación actual del mundo de hoy. Y el Twitter no es sino una herramienta para
comunicarlo.
El tuit del Papa
en realidad es un desafío. Lo que va de fondo no es que la Iglesia se abra al
mundo de hoy, sino al revés, es una invitación al hombre de hoy a encontrar el
sentido de su vida en el mensaje de siempre del Evangelio.
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