Año 8, número 384
Luis-Fernando Valdés
La Santa Sede
confirmó que, a pesar de la violencia en Siria, Benedicto XVI llevará a cabo la
Visita apostólica a Líbano, del 14 al 16 de septiembre. Ante las reiteradas
advertencias del peligro por la tensión militar en la frontera siro-libanesa,
el Papa se ha obstinado en realizar el viaje. ¿Por qué tanta insistencia del
Pontífice? ¿Qué carta está jugando el Santo Padre?
Anuncio del viaje papal, en las calles de Beirut. |
El Líbano es un
país muy especial para la Iglesia católica, pues ahí conviven católicos de
diversos ritos, junto a cristianos no unidos a Roma, que además están en
armonía con creyentes islámicos. Se trata de un lugar clave para reafirmar que
las religiones pueden ser factor de unidad y de paz, a pesar de todas las
diferencias.
Como es sabido, la
Constitución del 23 de mayo de 1926 y el Pacto nacional de 1943 instauraron una
democracia de consenso, en la que el presidente de la República debe ser un cristiano
maronita y que comparte el poder ejecutivo con el Consejo de Ministros,
presidido por un musulmán de confesión sunní.
El motivo de la
Visita papal es la firma de la exhortación apostólica post-sinodal de la
Asamblea Especial para Oriente Medio del Sínodo de los Obispos, celebrada en el
Vaticano del 14 al 24 de octubre de 2010 bajo el tema “La Iglesia católica en
Oriente Medio: comunión y testimonio”.
El reto del Papa
es enorme. Por una parte, la guerra siria ha incursionado al norte de Líbano, donde
hay enfrentamientos entre las facciones sunitas y alauitas libanesas, estas
últimas partidarias del presidente sirio, Bashar al Assad. [Aciprensa, 4.IX.2012]
Por otra, hay un
gran número de refugiados provenientes de Siria, que pueden desestabilizar la
paz del país. Los datos oficiales de las Naciones Unidas hablan de 55 mil
refugiados, aunque esta cifra podría estar entorno a los 150 mil, ya que la
mayoría de las nuevas llegadas no se registran. [Aciprensa, 8.IX.2012]
Se trata en su
mayoría de sunitas, con porcentajes más pequeños de cristianos y alauitas. Se
concentran en el valle de Bekaa y en los distritos del norte de Trípoli y
Akkar, encontrando asilo en las escuelas, en edificios abandonados o en
campamentos improvisados.
Este viaje
pontificio está cargado de significado. Por una parte, responde al esfuerzo de
la Iglesia para apoyar a los católicos en una zona donde son una minoría (un
1.6 por ciento de la población del total de los países árabes). Pero también se
trata de dar un mensaje al resto del mundo: los cristianos puede convivir con
los creyentes de todos los credos y por eso pueden ser sembradores de unidad y
de paz entre los pueblos.
El Papa teólogo desea
no sólo poner las bases teológicas para que la Iglesia le pueda dar una
respuesta válida a la sociedad secularizada de nuestros días, que vive como si
Dios no existiera o no se necesitara; Benedicto XVI también desea dejar como
legado una experiencia viva de que la religión es una pieza clave para
construir un mundo unido y solidario.
El Papa Ratzinger pretende
llevar a cabo una gran osadía: quiere disipar la sombra de las “guerras de
religión”, y proponer que la fe religiosa sea el factor que lleve a la paz
mundial. Seguramente no le otorgaran el Nobel de la Paz, pero el Papa no busca
un premio sino un futuro pacífico que todos anhelan, y que muchos consideran
imposible.
Benedicto se nos
muestra así como un Pastor que busca pasar de las utopías a la realidad. Por eso,
el esfuerzo del Pontífice por establecer medios concretos que traigan la paz lo
convierten en un verdadero líder moral.
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