Luis-Fernando Valdés
El panorama del futuro inmediato de nuestro País parece no alentar a la esperanza. Estamos en medio de una gran crisis financiera, escuchamos un verdadero “parte de guerra” cada día, nuestro hermanos de los Estados del Sureste está sufriendo por las inundaciones, hay Estados sin clases por las huelgas de los maestros. ¿Habrá algo positivo en todo este mar de tragedias?
Una aspecto muy positivo de esta situación por la que atravesamos consiste en que podemos comprender mejor qué es la esperanza. Ahora estamos en situación de reflexionar si nuestras “expectativas vitales” son las correctas. Es fácil confundir la verdadera esperanza, con expectativas parciales ya resueltas. Es decir, solemos –por error– pensar que tenemos esperanza mientras tengamos la vida resuelta: estabilidad familiar, un empleo estable y bien remunerado, salud, etc. El error consiste en que la esperanza hace referencia al futuro y no al presente.
En efecto, a lo largo de la historia, todos los seres humanos han experimentado que un presente en bonanza siempre es efímero, y que un presente tormentoso siempre reclama ser superado. La referencia a una solución –un bienestar duradero, en el primer caso; un situación de armonía y paz, en el segundo– sólo se encuentra en el futuro. Y precisamente por eso, el corazón humano naturalmente busca una respuesta en lo que vendrá: eso es la esperanza.
“El futuro lleno de beneficios tardará mucho en llegar, y quién sabe si nos tocará contemplarlo”. Así han razonado algunos en el transcurso de los siglos, y nos han propuesto adelantar el futuro. Nos han invitado a revelarnos contra la esperanza, pues implicaría aceptar pasivamente vivir sin calidad. Y nos han enrolado en revoluciones que deberían traer el Paraíso final a nuestra Tierra actual. Esto ha sido el marxismo, y también su versión cristiana, la llamada teología de la liberación. En el fondo, han querido sustituir la esperanza religiosa con una esperanza en la política o la economía.
Las caída del marxismo no atenuó el deseo de buscar esperanzas intramundanas e inmediatas. El hombre moderno tampoco quiere esperar la llegada del final de los tiempos para conseguir un mundo mejor, pero además no confía en que el mundo presente tenga arreglo. Y busca satisfacciones inmediatas o una vida cómoda y segura. Pero éstas siempre están ligadas al dinero para comprarlas. Por esa razón, el capitalismo tiene mucho público: es fácil poner la esperanza en lo que me da felicidad aquí y ahora, si tengo los medios económicos para costearla. Pero la crisis financiera mundial, ya nos está haciendo ver que poner la esperanza en una economía siempre ascendente tampoco es la solución: las economías también caen.
Es duro conocer a personas que, ante las diversas crisis que atraviesa nuestra Patria, han reaccionado con gran desesperanza. Cómo si la vida ya no pudiera seguir, porque ya no tuviera sentido. Y ahí está la clave de la esperanza: el sentido de la vida actual no se encuentra en el presente sino en el futuro. No faltarán quienes, por esto, nos acusen a los cristianos de evadir el presente, de resignarnos con los males actuales, de ser cobardes para no buscar un cambio.
En el tema de la esperanza, el Cristianismo tiene una gran lección que darnos. Dios nos ha encomendado el presente como tarea, pero el presente no conlleva la felicidad plena, pues ésta vendrá hasta el final. Hay que aprender la lección: el presente es para preparar el futuro, no para quedarse en él. Entonces sí queda esperanza.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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