Luis-Fernando Valdés
Llevamos semanas de incertidumbre financiera, no sólo en los Estados Unidos sino también en nuestro País. Esta crisis ha generado muchos comentarios muy acertados de economistas y financieros. Pero, al ver cómo millones de personas se ven afectas por las bancarrotas de prestigiosos bancos y otras empresas, es el momento de preguntarnos si el mundo de los negocios está o no al margen de una responsabilidad ética.
El problema financiero, que hoy ya tiene un tamaño mundial, comenzó en los Estados Unidos, y se generó –entre otras causas– por la difusión de nuevas líneas de crédito, en especial de hipotecas que permitían, entre otras cosas, financiar todo a tasas inicialmente bajas. Este tipo de productos permitió la adjudicación de hipotecas a muchas personas que antes, por su baja calificación crediticia (bajos ingresos u otros activos para demostrar solvencia), no podían acceder a ser dueños de viviendas. Este auge de las hipotecas se denominó “subprime”.
Veamos un caso representativo. Como ahora muchos consumidores tenían dinero para comprar casas, subió la demanda de bienes raíces, con el consiguiente aumento de precio de los inmuebles. Además, en ese País, es viable obtener nuevos préstamos por la diferencia entre el valor de la casa de la que uno es dueño y lo que falte pagar de la hipoteca sobre la misma. Supongamos que mi casa vale 100 y debo 70 de hipoteca y el banco me presta 30. Pero si la demanda de inmuebles aumenta, mi casa sube de valor; ahora vale 200. Entonces le puedo pedir al banco un nuevo préstamo, ahora de 130 (200 del valor nuevo, menos 70 de deuda). Con lo cual puedo pagar mi deuda de 70 y me quedo con 60 para hacer negocios o para gastar.
Pero ¿qué pasa si mi casa empieza a valer menos? Que sigo debiendo 130 y pero como mi casa vale 100, no tengo posibilidad de obtener un crédito para reestructurar la deuda, porque la diferencia entre el valor de mi casa y la hipoteca es negativa (de menos 30). Ahora ya no tengo dinero ni para pagar mi deuda ni para invertir en otras cosas. Y esto fue lo que pasó en Estados Unidos. La Reserva Federal redujo los intereses hipotecarios, pero esta medida no fue suficiente, y sobrevino la quiebra de los bancos, que no pudieron cobrar las hipotecas vencidas.
Sin duda, el mercado de capitales presenta buenas ventajas, pues –entre otras cosas– facilita el movimiento de capital que conlleva un cierto bien social, y favorece al inversión. El problema ético radica en que una economía, basada sobre la importancia del dinero, no puede conducirse sólo por motivos de interés personal, sino en función del bien común de la sociedad.
La especulación con el dinero es lícita cuando se aspira a una ganancia justa. Pero no lo es cuando la ganancia personal pone en riesgo el bien de la mayoría. Cuando, por la ganancia de unos pocos, se ponen en riesgo –o se daña de hecho– el empleo, la vivienda y el dinero de la mayoría, esos negocios no tienen justificación ética. Es muy difícil quizá que quienes poseen grandes capitales reparen en estas implicaciones morales, pero no podemos dejar de decir que existe –en los negocios basados en la especulación– una verdadera responsabilidad ética hacia la sociedad.
Contemplar los duros efectos de esta crisis en los ciudadanos de a pie, nos hace ver que la ética debe tener una voz en los planteamientos económicos. Las teorías económicas y las grandes decisiones financieras pueden ser objeto de un juicio ético, porque siempre está implicado en ellas el bien de los individuos.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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