Luis-Fernando Valdés
Esto es algo más que una invitación a un tour por Australia. Tampoco es una mera escala antes de llegar a Beijing, para las Olimpiadas. Reunirse en Sydney, en el 2008, fue la convocatoria que Benedicto XVI dio a millares de jóvenes reunidos en Colonia, en agosto de 2005. Y el plazo ya se cumplió. Se trata de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). Se espera una gran afluencia de muchachos de decenas de países. ¿Por qué tiene tanto poder de convocatoria un Papa ya anciano, de frágil salud? ¿Qué van a buscar jóvenes del mundo entero al rincón más lejano del Planeta?
Sin duda que la presencia de tantos visitantes en Australia, con motivo de la visita del Romano Pontífice, nos lleva buscar una explicación. Claramente no se reúnen para asistir a un espectáculo artístico. Tampoco están buscando a un personaje fuera de serie, al modo de los artistas o deportistas de hoy. Se nota entonces que no acuden a Sydney para “ver” a un personaje. Van hasta Oceanía, más bien, para “escuchar” al Papa Benedicto.
Desde ese aspecto, el Papa alemán es un gran orador. Sus homilías y discursos tienen un efecto muy grande en sus oyentes. Además, ya desde antes el Cardenal Ratzinger era considerado como uno de los intelectuales más importantes de Europa. Pero, ¿estos miles de jóvenes van a gastar sus vacaciones y su dinero, sólo para ir a escuchar a un gran catedrático de Teología?
Hay algo más. Los jóvenes va a la JMJ para escuchar, pero no cualquier mensaje; quieren oír palabras que puedan llenarlos de esperanza. Buscan una esperanza segura, que no desaparezca como se han derrumbado todas las utopías intramudanas, que prometen paraísos de bienestar en la Tierra; una esperanza firme que no se acabe como se desvanecen los emociones extremas o los efectos del alcohol, de las drogas o del sexo.
Hay algo más. La intuición de estos miles de muchachos apunta a las realidades espirituales. En el ámbito de la fe, debe haber Alguien que no defraude, Alguien que permita que esta vida sea llevadera, Alguien que prometa una felicidad definitiva. Nos guste o no, es un hecho de que miles de personas van a Sydney para buscar a Dios, incluso para entregarle toda su vida en Su servicio.
Se trata de un fenómeno que va contra la cultura dominante. Se suponía que la Modernidad nos había enseñado que el hombre puede hacer su vida sin necesidad de Dios, ni de sus reglas morales. Sin embargo, los ríos de jóvenes que hoy empiezan a llegar a Australia nos dicen que esa autonomía respecto a Dios no ha llenado la existencia de los seres humanos. La Psicología nos había dicho que Dios es un invento de nuestro inconsciente. Pero el hecho de que cientos de miles lo busquen, porque no encuentran en sí mismos la respuesta para su propia vida, nos grita que Dios no es un invento humano.
Más curioso todavía resulta que los jóvenes acuden a Sydney para escuchar un mensaje exigente. Benedicto XVI habla de seguir a Jesucristo, de aceptarlo como Dios. El Papa pide con claridad ir contra corriente, sin caer en la tentación de dejarse dominar por el relativismo moral. El Santo Padre exhorta a los jóvenes a dar testimonio de la fe con el ejemplo de sus propias vidas. Y así vemos que a la juventud le gusta que le planteen la felicidad como un meta alta, como un reto difícil. Sin duda, para un observador atento y honesto, la JMJ le tiene que llevar a la reflexión: para miles de jóvenes, Dios sigue siendo la vía para encontrar el sentido de sus vidas, y la Iglesia sigue teniendo un mensaje de esperanza.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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