Luis-Fernando Valdés
Con gran júbilo, el mundo occidental recibió la noticia de la liberación de Ingrid Bentancourt, que llevaba más de seis años secuestrada por las FARC, el grupo guerrillero más antiguo del Continente. Ahora mismo, la ex-candidata a la Presidencia de Colombia se ha convertido en el símbolo de la humanidad atropellada por las ideologías. Hoy es el momento para abrir los ojos, y mirarnos en el espejo de las víctimas de las utopías: los sufrimientos de los secuestrados nos indican que algunas ideologías son nocivas para los humanos.
Las ideas mueven el mundo, aunque en la práctica parezca que sólo la economía y la violencia son los motores del cambio. En nuestra cultura hay unos patrones intelectuales que son la vía para la convivencia pacífica, pero que están separados de las ideologías por una delgada –y casi imperceptible– línea divisoria.
Uno de estos valores es la tolerancia, que lleva a aceptar que todo ser humano debe ser respetado cuando expresa sus puntos de vista, aunque los demás no los compartan. Pero la delgada línea roja consiste en entender que no todas las opiniones son verdaderas, no todas coinciden con lo qué es el hombre. Cuando se excluye la referencia a la verdad, la tolerancia se convierte en relativismo, según el cual da lo mismo cualquier opinión, porque en el fondo ninguna podría expresar la verdad sobre el ser humano.
Cuando a nombre de la tolerancia se infiltra el relativismo en las teoría políticas, se llega a aceptar que todas las ideologías políticas son válidas, incluidas aquellas que proponen la violencia, el secuestro y la extorsión para conseguir el poder, o para alcanzar un paraíso humano, donde los pobres dejen de serlo, y todos gocen de bienestar.
Es muy fácil sostener en los debates intelectuales de un café parisino –o argumentar en las aulas universitarias– que el fin justifica los medios, y que la lucha de clases es el medio para conseguir bienes mejores para la sociedad. Pero la realidad se impone a las utopías políticas, que prometen cambios sociales a costa de atropellar al hombre. Ingrid Bentacourt, que representa a todas la víctimas de la guerrilla colombiana, y de todas las guerrillas del mundo, nos enseña que el dolor y el sufrimiento son los límites de las ideologías. No pueden ser verdaderas, ni pueden ser aceptas las teorías sociales que –como medios o como fin– pisotean la libertad, la salud o la vida de alguien.
Resulta sencillo declararse “revolucionario”, o proclamarse a favor de la causa de los pobres, y seguir los esquemas trasnochados del marxismo, que propone una lucha de clases, una revolución contra los burgueses. Pero no es agradable ni llevadero ser víctima de esas proclamas mesiánicas. Sin embargo, el mundo está de cabeza porque, en esta lógica de la tolerancia relativista, es mejor tratado un pensador que expone ideas violentas, que una víctima de la violencia que afirma que esas ideologías son falsas porque implican sufrimiento y dolor de muchos inocentes.
Seguirán existiendo muchas Ingrid Betancourt, mientras tengamos miedo de llamar a las cosas por su nombre. Mientras sostengamos que todas las ideas políticas son igual de válidas, continuaremos alimentando la existencia de grupos violentos que ponen en práctica las utopías de reinos terrenos. Las lágrimas de los inocentes nos muestran que el respeto a la libertad y la integridad física son el parámetro de la tolerancia. El rostro demacrado de Ingrid nos grita que existe una verdad sobre el hombre, que sobrepasa todo relativismo.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
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