Luis-Fernando Valdés
Al comenzar el nuevo Año, mientras brindábamos seguramente todos formulamos un deseo de paz: que haya verdadera paz en el 2008. Pero quizá nos vino a la mente que hace un año hacíamos el mismo augurio… y no se nos concedió. ¿Por qué falta paz en nuestro País? ¿Acaso no puede Dios traer la paz a este mundo? Ante estos grandes interrogantes, me ha dado bastante luz la reciente Encíclica “Spe Salvi” de Benedicto XVI, y deseo compartirles algunas de esas reflexiones del Papa.
Ante estas preguntas tan fuertes, el Romano Pontífice explica que el ateísmo de los siglos XIX y XX, por sus raíces y finalidad, es una protesta contra las injusticias del mundo. Un mundo en el que hay tanta injusticia, tanto sufrimiento de los inocentes y tanto cinismo del poder, no puede ser obra de un Dios bueno. El Dios que tuviera la responsabilidad de un mundo así no sería un Dios justo y menos aún un Dios bueno. Por eso, la modernidad niega a este Dios precisamente en nombre de la moral. Y si no hay un Dios que pueda hacer justicia, ahora es el hombre mismo quien está llamado a establecer la justicia y a traer la paz (cfr. n. 42).
También explica el Santo Padre que la época moderna ha desarrollado la esperanza de la instauración de un mundo perfecto, que se conseguiría tanto por los conocimientos de la ciencia como por una política fundada científicamente. Así, la esperanza bíblica del reino de Dios fue reemplazada por la esperanza del reino del hombre, por la esperanza de un mundo mejor que sería el verdadero “reino de Dios” (cfr. n. 30).
Luego el Papa Ratzinger llega al núcleo: cuando el hombre cree que es él el que debe hacer justicia universal, termina realizando las más grandes crueldades y violaciones de la justicia. Porque “esa pretensión de que la humanidad pueda y deba hacer lo que ningún Dios hace ni es capaz de hacer, es presuntuosa e intrínsecamente falsa”. En efecto, ni siquiera Dios en nombre la justicia atropella la libertad ni destruye al hombre. Por eso, “un mundo que tiene que crear su justicia por sí mismo es un mundo sin esperanza” (n. 42), a merced de los abusos del más fuerte. Pero “la protesta contra Dios en nombre de la justicia no vale. (…) Sólo Dios puede crear justicia. Y la fe nos da esta certeza: Él lo hace” (n. 44).
Es actual la tentación de buscar de un mundo sin Dios, de un reino del hombre, en el que gracias a los esfuerzos humanos consigamos la justicia y la paz. Pero la clave de ese mundo perfecto radica en la libertad humana, que puede fallar y volverse contra el hombre mismo. Entonces, “puesto que el hombre sigue siendo siempre libre y su libertad es también siempre frágil, nunca existirá en este mundo el reino del bien definitivamente consolidado” (n. 24b).
Benedicto XVI nos previene de una esperanza falsa. “Quien promete el mundo mejor que duraría irrevocablemente para siempre, hace una falsa promesa, pues ignora la libertad humana. La libertad debe ser conquistada para el bien una y otra vez. La libre adhesión al bien nunca existe simplemente por sí misma” (ibid.).
Ante esta realidad pueden darse dos actitudes: o una profunda desesperanza, o una apertura a la fe. Lo que cada generación necesita es aprender a emplear su la libertad, mediante “la apertura de la razón a las fuerzas salvadoras de la fe, al discernimiento entre el bien y el mal” (n. 23). Entonces sí tenemos motivos de esperanza: la paz sí es posible, si cada persona se abre a a la fe, si cada uno aprende a guiar su libertad hacia el bien.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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