Luis-Fernando Valdés
Nichnamtic es el nombre de la comunidad chiapaneca del municipio de San Juan Chamula, donde se ha desarrollado un fuerte conflicto entre indígenas “católicos tradicionales” y evangélicos, desde los años ochenta. A la cadena de conflictos, se suma la destrucción de un templo evangélgico, el pasado domingo 22 de julio, por parte de un grupo de los “tradicionales”. Afortunadamente, con la intervención de las autoridades estatales, el pasado viernes 28, ambos bandos lograron un acuerdo de respeto mutuo y de reconciliación. Se ha dado un paso en la consolidación de la libertad religiosa en nuestro País, pero será frágil si sólo se funda en “acuerdos” y no en “principios”.
La libertad religiosa se apoya en principios reales. Todas las personas tienen derecho a dar culto a Dios de acuerdo con su conciencia, porque el hombre es un ser naturalmente religioso, es decir, que busca algo infinito y trascendente, que dé sentido a su vida. Y por eso, este derecho tiene que ser reconocido por la ley y por los ciudadanos. De modo que no es una ley o un acuerdo entre las partes lo que origina esta libertad, sino que esa ley o ese acuerdo reconocen una realidad previa a ellos.
Otro fundamento sólido de la libertad religiosa se basa tanto en la dignidad de la persona como en la exigencia de ejercitar la libertad de conciencia. Todo ser humano tiene un principio inalinable, que merece respeto y protección: su conciencia. Por eso, es esencial al respeto de la dignidad humana, que nunca se violente la capacidad de decidir. De modo, que cada ser humano tiene derecho a practicar la religión que considere verdadera.
Y de ahí surge un conflicto dentro de algunos ámbitos católicos. Parten de que la única religión verdadera es la católica. Y luego razonan de la siguiente manera: si sólo existe una única religión verdadera, ¿por qué no se obliga a que todos los hombres se hagan católicos y se rechazan las demás religiones, dado que son falsas?
Esta postura no se sostiene en la doctrina católica, reitirada por el Concilio Vaticano II. Este Concilio ha mantenido la doctrina tradicional –que la Iglesia Católica posee la plenitud de la verdad revelada–, pero ha cambiado el modo de justificar la libertad religiosa, basándose, por una parte, en que el acto de fe es un acto libre de la persona, y por otra, en que la inteligencia tiene dificultad para descubrir la verdad en el ámbito del pluralismo religioso.
El giro de la doctrina católica consiste en partir, no de la objetividad de la fe verdadera, sino de la consideración de que todos los hombres tienen obligación de buscar la verdad y adherirse a la verdadera religión. Pero este cambio de enfoque no rompe con el principio clásico, que indica que cuando una persona descubre la verdad, debe adherirse a ella.
Este enfoque, quizá todavía poco conocido, sostiene que el punto de partida de la libertad religiosa es la conciencia individual, que goza de unos derechos fundamentales que deben ser respetados en todo momento. Por eso, la persona debe estar libre de toda coacción, de modo que goce de libertad para buscar la verdad, adherirse y manifestar sus convicciones religiosas de acuerdo a su conciencia.
En horabuena tanto a los católicos tradicionales como a los evangélicos de la región chamula. Nos alegramos que rápidamente hayan alcanzado un acuerdo. Ahora los exhortamos a borrar las heridas. Y eso se logrará cuando dejen de enfocar “yo tengo razón y tú no”, y acepten que ambos tienen un mismo derecho: el de seguir la religión que les indique su conciencia.
Correo: lfvaldes@prodigy.net.mx
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