Luis-Fernando Valdés
Los grandes temas de la salud pública, antes de ser legislados, recorren un proceso de opinión pública. En el caso de la eutanasia, el trayecto se lleva a cabo en una serie de equívocos sobre cuándo es el final de la vida. Casi todos estamos de acuerdo en que tenemos derecho a una muerte digna, pero casi nadie tiene claro cuáles son las condiciones para morir dignamente. ¿Es lo mismo muerte digna que acortar la vida? ¿morir con dignidad es equivalente a alargar la vida? ¿dónde está el punto de equilibrio?
El problema de determinar cuando ocurre la muerte se plantea en los casos de agonías largas y/o dolorosas. El cariño, la caridad y otras razones humanitarias llevan tanto a los familiares como al personal médico a paliar el dolor e intentar que la agonía sea breve. Y aquí viene el dilema ético sobre cuáles medios poner para ayudar al paciente. Hay una serie de ayudas al enfermo terminal, que coloquialmente se agrupan bajo el término “eutanasia”, lo cual provoca una serie de confusiones, de manera que no todos entienden lo mismo. Y esto se refleja en el apoyo a los proyectos de ley.
El primer equívoco es la llamada “distanasia”, que designa la práctica médica de retrasar la muerte más allá del límite debido, con lesión del derecho que tiene toda persona a morir dignamente. La distanasia se produce cuando se distancia la muerte en los casos en los que ya no existe esperanza alguna de vida y el médico o los familiares deciden alagar la agonía del moribundo, por motivos familiares (repartición de herencias, etc.) o por razones científicas (para hacer experimentos, etc.). Esta práctica siempre es éticamente mala, pues no respeta el derecho que tiene el hombre a morir con dignidad.
El segundo término en conflicto es el “ensañamiento terapéutico”, que consiste en aplicar los pacientes terminales medios clínicos extraordinarios para prolongarles la vida. Estos recursos extraordinarios prolongan el dolor físico y moral del agonizante, y tienen un alto costo económico. Más que ayudarlos a llevar bien el final de su vida, estos tratamientos les provocan más sufrimiento. Nadie está obligado a poner medios desproporcionados cuando la vida ya llegó a su última etapa. Con esto no se pretende provocar la muerte, sino sólo se acepta no poder impedirla.
Luego viene la “eutanasia” en sentido verdadero y propio, que consiste tanto en poner un medio que produce directamente la muerte, como en voluntariamente dejar de poner un medio, sin el cual se produce directamente deceso. O sea provocar directamente la muerte del pasión con una acción o una omisión. Siempre se aducen situaciones límites para justificarla: pacientes que llevan años en estado vegetativo, etc. Sin embargo, aunque se den argumentos filantrópicos, la valoración moral es clara: siempre se trata de un homicidio.
Es muy importante que a cada uno de los términos anteriores se le dé un significado preciso. Sólo de esta manera se podrá elaborar un proyecto de ley adecuado al ser humano. Se debe prohibir tanto la distanasia como el ensañamiento terapéutico, pero no se les debe llamar “eutanasia”. De lo contrario entraremos en un torbellino de confusión: los que deseen evitar la distanasia gritarán que se apruebe la “eutanasia”, y así estarán dando su voto también a la eutanasia propiamente dicha, o sea, al homicidio de los pacientes terminales. A un moribundo no se le puede prolongar la muerte (distanasia), pero tampoco adelantársela (eutanasia): se le debe ayudar a agonizar y morir con dignidad, en el momento que le toca.
Correo: lfvaldes@prodigy.net.mx
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