Luis-Fernando Valdés
Hace veinte años, se decía que para no entrar en discusiones, se debían evitar dos temas: la política y la religión. Hoy parece que se debería incluir un tercer tópico: la familia. Aunque todos estamos de acuerdo en que la familia es un valor fundamental, no todos pensamos lo mismo respecto a qué es esta esencial institución natural. ¿Por qué se ha dado este cambio? ¿Cuál es la razón por la que hablar de las familias se ha vuelto un terreno polémico? La familia es ahora punto de discusión porque se le ha colocado en el ámbito de la ideología.
En las conclusiones del Congreso Teológico-Pastoral, celebrado en el marco del reciente V Encuentro Mundial de las Familias, llevado a cabo en Valencia, España, se advierte que «la familia está sometida a una crisis sin precedentes en la historia. Las razones se encuentran sobre todo en los factores culturales e ideológicos».
Esas mismas conclusiones afirman que si la familia ahora se está desintegrando, y que si hoy mismo se proponen nuevos modelos de unión para formar un hogar, es porque en el fondo –y en la superficie– hay una mentalidad que tiende a eliminar los valores. Es decir, la raíz del problema no es únicamente de tipo práctico, como lo son la falta de comunicación entre esposos y la carencia de preparación para educar a los hijos, o de índole económica. El origen de esta difícil situación para la familia tiene también un origen ideológico.
Se trata de un modo de pensar basado en el relativismo («como no existe la verdad, que cada uno haga lo que le dé su gana, y sin que nadie le diga nada»), y siempre conlleva a un modo de vivir individualista. En otras palabras, cuando se parte de que cada persona está desconectada de las demás, el modelo familiar tradicional se ve como un atentado contra esa libertad individualista.
Explica Benedicto XVI que «en la cultura actual se exalta muy a menudo la libertad del individuo concebido como sujeto autónomo, como si se hiciera él sólo y se bastara a sí mismo, al margen de su relación con los demás y ajeno a su responsabilidad ante ellos. Se intenta organizar la vida social sólo a partir de deseos subjetivos y mudables, sin referencia alguna a una verdad objetiva previa como son la dignidad de cada ser humano y sus deberes y derechos inalienables a cuyo servicio debe ponerse todo grupo social» (Homilía, 9.VII.06).
Aunque existan seres humanos que reclamen el individualismo como forma de vivir, es un hecho que ningún hombre se ha dado el ser a sí mismo ni ha adquirido por sí solo los conocimientos elementales para la vida. Al contrario, todos hemos recibido de otros la vida y las verdades básicas para vivir, y estamos llamados a alcanzar la felicidad en relación y comunión amorosa con los demás.
Además, la familia se nos muestra así como una comunidad de generaciones y garante de un patrimonio de tradiciones. La ideología relativista, por el contrario, propone que el individuo está aislado en el presente, sin pasado que le sirva como riqueza y como punto de referencia.
Esta realidad de haber recibido el ser y la educación en el seno familiar, y de vivir en una tradición cultural, se convierte hoy día en un poderoso argumento para revalorar el modelo natural de la familia. Así cobran sentido las palabras del Romano Pontífice: «La familia, fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, expresa esta dimensión relacional, filial y comunitaria, y es el ámbito donde el hombre puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral» (ibidem).
Correo: lfvaldes@gmail.com
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