Luis-Fernando Valdés
Hoy es el día. Me ilusiona pensar que usted lee esta columna mientras hace fila para depositar su voto, o que está llegando a casa, después de emitir su sufragio. Quisiera compartirles, a propósito de esta jornada electoral, dos breves reflexiones sobre la actitud auténticamente democrática.
La primera es sobre la unidad. Al final de este día, seguramente, ya sabremos quién será el nuevo Presidente de México. Como es lógico, después de ver las últimas encuestas, la elección va a ser muy cerrada y, por eso, no todos van a estar contentos con el resultado de las elecciones. Pero esta situación no debe romper la unidad de nuestro País.
Un posible enfrentamiento entre facciones sería una muestra de no entender la democracia moderna. Este sistema político fue diseñado para que una pluralidad de modos legítimos de pensar pudieran convivir en una misma nación, sin que esa multiformidad fuera motivo de conflicto. Se supone que este procedimiento busca evitar el enfrentamiento, para que juntos busquemos el bien del país. Y así, mediante los votos, una mayoría gana y los demás acuerdan respetar esa decisión.
La democracia debe garantizar un clima que permita esa convivencia de pareceres. Esa garantía se manifiesta en el respeto y la tolerancia (esta última noción requeriría muchas precisiones, que hoy no podemos tocar). De ahí que quien reaccionara violentamente ante un resultado electoral que no fue de su agrado, manifestaría que no ha entendido la democracia.
Un enfrentamiento supondría que hay por lo menos dos posturas que no pueden convivir —vivir juntas—, y por eso, una busca eliminar a las otras. En la democracia esa actitud no cabe, porque hay una realidad previa a cada una de esas posiciones. Se trata de la Nación. Todos formamos una misma Nación y, dentro de ella, convivimos todos. Hay una realidad histórica, cultural, lingüística previa a todas las ideologías políticas. La democracia busca —al menos ése es el ideal— que las diferentes corrientes de pensamiento no rompan la unidad nacional, sino que aprendan a dialogar. Por eso, sin importar si nos gusta o no el resultado de las elecciones de hoy, lo primero es nuestra unidad. Antes que preferir un partido o un candidato, somos mexicanos, y debemos cuidar la cohesión de nuestra patria.
La segunda actitud democrática que deseo comentar es la responsabilidad de votar. Menos mal que los Medios de Comunicación han hecho una amplia campaña para que los ciudadanos tomen conciencia de la importancia de ejercer su deber de acudir a las urnas. Pero el paso final se da hoy, cuando se vea el número real de electores.
La democracia no subsiste por los meros deseos o buenas intenciones de los ciudadanos. Se requiere ejercitar la responsabilidad de votar. Es muy cómodo decir que los políticos son malos, y que los ciudadanos de a pie no podemos hacer nada. No basta quejarse en una tertulia con los amigos. La queja que realmente influye es la que se nota en las urnas, cuando se elige a un candidato o se le niega el voto. Cuando los ciudadanos cobramos conciencia de que el País está en nuestras manos, influimos de verdad en el curso de nuestra historia nacional.
En estas dos actitudes propias de la democracia se puede ver la gran oportunidad que tenemos de ser buenos ciudadanos. De nosotros dependen entonces la unidad nacional y el destino del País. Ambas situaciones estimulan nuestro sentido de responsabilidad y nuestra sano patriotismo. Aunque los hay, no se deberían requerir más argumentos para entender que todos los que estamos en edad de votar, tenemos una grave responsabilidad ética de hacerlo.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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