Luis-Fernando Valdés
Con gran tristeza estuvimos observando los enfrentamientos callejeros ocurridos en Atenco, Edo. Mex, hace unos pocos días. Siempre es duro ver a un ser humano agredido por otro. Cada herido tiene dignidad sin importar si es policia o manifestante. Pero este espectáculo tan desolador nos lleva a una reflexión sobre el Estado de derecho y la cultura, al margen de toda ideología política, y enfocando sólo desde la Doctrina social sin ningún afán partidista.
Para entender qué es un Estado de derecho hay que tener en cuenta dos elementos. El primero es la “ley”, que es una ordenación racional de la conducta humana para poder alcanzar la realización o perfección de la persona. La ley tiene valor para todos los ciudadanos, y no sólo para los que estén de acuerdo en seguirla.
El segundo elemento es precisamente la voluntad de cada persona. Cada ciudadano puede tener sus ideas propias, pero no puede hacer todo lo que le dé la gana. Tiene un límite, que consiste en respetar tanto las leyes del país como los derechos de los otros ciudadanos. Los clásicos llaman “Justicia” a la disposición de la voluntad personal de dar a cada uno lo suyo, de respetar lo que le corresponde, ya sea por naturaleza, ya sea por que la ley se lo otorga.
En cambio, si un individuo hiciera cuanto le diera la gana, incluso lo que atropella a ley, estaríamos ante una “voluntad arbitraria”, que se pone por encima de la ley. Se le llama “arbitraria”, porque el individuo según arbitrio personal decide en cada momento qué es lo legal, o sea, escoge qué es lo que sí va a respetar y qué es a lo que no va a hacer caso.
Entonces la ley se relaciona con la voluntad individual de dos manera. La primera es cuando el ciudadano vive la justicia y cumple con lo que la ley establece. Si no está de acuerdo con ella, emplea los conductos establecidos por la misma ley para manifestar su disconformidad. La otra situación surge cuando la “voluntad arbitraria” de un particular no acepta una ley o una disposición gubernamental basada en el derecho, y reacciona en forma violenta para imponer su opinión o para no cumplir con sus obligaciones legales.
A partir de esas dos posibles situaciones, se puede entender que en el “Estado de derecho”, quién debe ser soberana es la ley y no la voluntad arbitraria de los hombre. De hecho, el principio central de un Estado de derecho es la división de poderes, para que entre todos ellos (ejecutivo, legislativo y judicial) mantengan el poder en su justo límite, sin caer en la arbitrariedad de unos cuantos.
En el origen de esa arbitrariedad se encuentra el “relativismo”, o sea, esa postura que afirma que no existe la verdad, sino que cada quien se construye la suya. Sin la verdad como guía, la voluntad va a ciegas: se convierte en arbitraria, se pone por encima de toda norma, de toda razón. En ocasiones, algunos conflictos violentos podrían ser el resultado del daño real que hace el relativismo en una sociedad.
Atenco se convierte en una llamada de atención para todos los mexicanos, no sólo para los políticos. Para los ciudadanos de a pie, es una exhortación urgente para darle un giro a nuestra concepción de la cultura. Nuestra cultura ha renunciado a buscar la verdad, y nos ha dejado a merced de “voluntades arbitrarias”. Probablemente sea muy difícil construir un Estado de derecho, mientras no haya un compromiso de buscar la verdad que oriente las voluntades hacia el bien común.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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