Luis-Fernando Valdés
Qué difícil es ir de compras. Hasta para comprar cereal nos encontramos con la dificultad de que hay una gran variedad de productos para escoger. Y nos lo ofrecen con fruta o sin ella, en presentación grande, mediana o pequeña. Y, para complicarlo más, hay varias marcas disponibles, y cada una se presenta con un empaque atractivo. Pero esta infinidad de opciones tiene una ventaja: puedo escoger el cereal que más se adecua a mis gustos.
Hoy día sucede algo similar en el ámbito de las religiones. Nos encontramos ante un auténtico supermercado de creencias y devociones. Se nos ofrecen religiones que creen en la Biblia y otras que más bien se quedan en el ámbito de la naturaleza. Las hay monoteístas y politeístas. También se puede escoger entre las clásicas de occidente, o se puede incursionar en las de oriente. Hay religiones con siglos de existencia y otras de reciente creación.
Pero existe una opción más interesante: la de tomar de una religión lo que me parece adecuado a mi modo de ser. También se puede tomar elementos de varias creencias, hasta saciar mi sed de espiritualidad.
En nuestra sociedad, no es infrecuente conocer a personas buenas y educadas, de rectitud admirable, honestas y trabajadoras, que les gusta asistir a las ceremonias religiosas, pero que no les gusta meditar la Biblia. O bien, que son infatigables colaboradores en el campo social y de la ayuda a los necesitados, pero que no comparten algunos principios morales de su religión, o que no suele ir a los servicios dominicales.
También es habitual convivir con amigos y seres queridos que, además de pertenecer a una religión tradicional, recurran a prácticas espirituales que no son compatibles con la fe que profesan. ¿Quién no tiene amigo católico que, a la vez, tiene devoción a la «Santa Muerte»?
Estamos, pues, en la época de la «religión a la carta». Es muy acorde con nuestra mentalidad occidental. No nos gusta que nos impongan desde afuera una creencia. Preferimos construirla nosotros a nuestro gusto. Sentimos que es mejor que la religión esté de acuerdo con nuestra época, y no al revés.
Cuando selecciono una caja de cereal puedo saciar mis necesidades de alimentación. Pero, cuando escojo unos elementos religiosos y dejo de lado otros, cuando armo una fe «a la carta» ¿queda saciada mi necesidad espiritual? En otras palabras, ¿sirve una religión ensamblada por mí?
Desafortunamente, la experiencia de tantas personas muestra que una religión «hecha a mi medida» no produce la paz interior, ni ofrece una esperanza sólida ante las dificultades. Y esto sucede porque la religión es la búsqueda y la unión con un Ser distinto a nosotros, superior a nosotros. En cambio, cuando construimos una creencia a nuestra medida, en el fondo deseamos ser nosotros los creadores de Dios. Dios sería una invención de nuestra mente, un deseo de nuestro corazón, pero no un Ser real. Y un ser inventado no nos puede saciar ni ayudar.
Por eso la religión a la carta produce, al final, una gran soledad. La soledad de permanecer encerrados en nosotros mismo, la soledad de confiar en una esperanza vacía. Es frecuente encontrar personas que algún tiempo practicaron la fe de este modo, y que luego terminaron por abandonarla. Afirman con cierto dolor que la Dios no existe, que la religión es un invento humano. Tienen algo de razón: un Dios así, inventado por el hombre, no existe. Pero se equivocan en algo: la religión es seguimiento del Dios que sí existe, según la reglas dadas por ese Dios y no por las que nosotros escojamos «a la carta».
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