Luis-Fernando Valdés
Los antiguos griegos describieron con gran precisión el movimiento de las estrellas y los planetas. Ptolomeo desarrollo un modelo astronómico, basado en la observación del firmamento sin ayuda de instrumentos. En el s. XVI, el polaco Nicolás Copérnico descubrió un nuevo método para estudiar los astros, mediante el uso de un telescopio.
Copérnico se encontró que los razonamientos ptolomaicos no se ajustaban a la realidad que él observaba con el telescopio. Y se vio en la necesidad de superar el modelo astronómico anterior, que sostenía que el sol y los planetas giraban en torno a la Tierra. En su libro De revolutionibus orbium coelestium (1542), formuló un nuevo concepto de Astronomía, basado en que los planetas giran alrededor del sol.
Para superar las dificultades que le presentaba la ciencia antigua y para adaptarse a los nuevos datos, el astrónomo polaco llevó a cabo un «cambio de paradigma», es decir, buscó un nuevo modo de ver la realidad.
De igual manera, en el tema de la relación entre el Estado mexicano y la Iglesia católica se ha dado, casi silenciosamente, un «cambio copernicano». El reconocimiento de la Iglesia por parte del Estado, efectuado en 1992 constituyó un cambio de paradigma .
El modelo anterior, que marcaba el rumbo de la relación entre ambas partes, era la «tolerancia» por parte del Estado. El gobierno mexicano «toleraba» la existencia de la Iglesia, con tal de que no se repitieran los conflictos violentos de los años veintes y treintas.
En el fondo, el paradigma anterior se basaba en una visión de rivalidad entre la Iglesia y el Estado. Si ganaba aquélla, éste perdía. Pero se dio un «giro copernicano», cuando se reconoció implícitamente que la libertad religiosa no es un derecho de la Iglesia, sino un derecho humano de cada mexicano.
En consecuencia, a nivel institucional, se pasó del esquema de conflicto al modelo de cooperación. En la reciente presentación de las Cartas credenciales del Embajador de México ante el Vaticano, se notó bien este nuevo paradigma.
Bravo Mena afirmó en su discurso que desde el establecimiento de las relaciones diplomáticas entre México y la Santa Sede, se ha logrado «una interlocución fluida y respetuosa». Y señaló que temas como la seguridad internacional, la paz, el progreso, los derechos de los indígenas y los migrantes, «estimulan el intercambio de ideas y nos llevan a procurar nuevas formas de colaboración».
Por su parte, el Papa Benedicto XVI reconoció que «desde que en 1992 se establecieron relaciones diplomáticas entre México y la Santa Sede, se han producido notables avances, en un clima de mutuo respeto y colaboración, que han beneficiado a ambas partes» (Discurso, 23.IX.05).
Sin embargo, a nivel del ciudadano de a pie, no se ha operado este cambio de paradigma. Todavía se considera que la relación entre el Estado y la Iglesia es una dialéctica por el poder político y económico. Tanto en algunos círculos de creyentes como en algunos ambientes no católicos, se sigue añorando el pasado. Unos desearían volver a la época del virreinato, y otros a confinar de nuevo la Iglesia a las catacumbas.
¿Cuándo nos llegará el «cambio copernicano» a todos los mexicanos? ¿Cuándo dejaremos de pensar en términos de «izquierdas» y «derechas», para razonar en términos de «cooperación»? ¿Cuándo entenderemos que, en el nuevo paradigma de Estado laico, cabemos todos? Necesitamos que lleguen nuevos tiempos.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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