Luis-Fernando Valdés
La relación entre la Iglesia y la sociedad no es fácil. Hoy día nuestra sociedad es pluralista, y nos puede resultar difícil pensar que una institución, que se presenta a sí misma como poseedora de la verdad, esté dispuesta a dialogar con quienes no comparten esa visión.
Es frecuente encontrar personas bien preparadas y de muy buena voluntad, que ven con cierta desconfianza, que la Iglesia aborde un tema muy especial: la cultura. En ocasiones, algunos pueden pensar que si la Iglesia habla de la cultura, será para imponer un modo de vida y para condenar a los que no lo sigan.
Pero, en realidad ¿qué dice la Iglesia sobre su participación en la cultura? ¿Por qué tiene interés en colaborar con el mundo cultural de nuestra época? En el fondo, ¿qué tipo de intereses hay detrás de esto?
Hoy día, la Iglesia se ha dado a la tarea de defender la dignidad del hombre. Hemos sido testigos de la defensa de los trabajadores, de los pobres y marginados, de los que padecen hambre, de los migrantes, de los que viven bajo la guerra, por parte de Juan Pablo II. Este gran Papa nos enseñó que defender la dignidad del ser humano, implica luchar por hacer valer sus derechos humanos. Para cumplir este cometido, la Iglesia busca entablar un diálogo con el mundo cultural.
Lejos de buscar someter a la cultura al servicio de una ideología religiosa, la Iglesia pretende poner al ser humano como fin primordial de la cultura. Cuando una cultura no valora al hombre por sí mismo, invariablemente termina utilizando a las personas como objetos, como productos.
El motivo de este diálogo, por parte de la Iglesia, es recordarle a cada cultura que el hombre tiene el lugar primordial, por encima de cualquier interés material, político o económico. Juan Pablo II declaró, hace veinticinco años, en la sede de la Unesco que, "en el campo de la cultura, el hombre es siempre el hecho primero: el hombre es el hecho primordial y fundamental de la cultura" (Discurso, 15.VI.1980, n. 8).
Cada cultura y cada fenómeno cultural siempre tiene, al menos de modo implícito, un concepto sobre el hombre. La Iglesia no busca imponer su concepto de hombre. Lo que pretende es colaborar a que esa noción cultural sobre el ser humano ayude realmente a las personas, y ayudar a que, en ningún caso, ese concepto lleve a atropellar los derechos de cada persona.
Por eso, el anterior Romano Pontífice pedía los miembros de la Unesco: «Construyan la paz empezando por su fundamento: el respeto de todos los derechos del hombre, los que están ligados a su dimensión material y económica, y los que están ligados a la dimensión espiritual e interior de su existencia en este mundo» (ibid., n. 22).
Recientemente, Benedicto XVI ha insistido en la misma idea: el hombre y su derechos deben ser el centro de la cultura. Y ha expresado que una tarea fundamental para respetar la dignidad del hombre es respetar el derecho a la vida:
«La Iglesia quiere dar su contribución al servicio de la comunidad humana, iluminando siempre profundamente la relación que une a cada hombre con el Creador de toda vida y que funda la dignidad inalienable de todo ser humano, desde su concepción hasta su muerte natural» (Mensaje a un Congreso de la Unesco, 24.V.2005).
La Iglesia busca dialogar con la cultura de nuestra época. No busca imponer un modo de pensar o de vivir. Su objetivo es defender la dignidad de cada persona, de modo que la cultura dominante no atropelle los derechos fundamentales de cada ser humano. Y lo que pide a la cultura es que respete al ser humano por sí mismo, empezando por su vida.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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