Año 13, número 646
Luis-Fernando Valdés
#FuerzaMéxico. Gracias a todos, en México y el Mundo, por su solidaridad ante esta tragedia. |
Ante la gran tragedia del sismo en México, viene la gran pregunta: si Dios cuida o no a la gente. Para los creyentes, la cercanía de Dios fue perceptible mediante diversos signos de los que fui testigo.
1. Una misma fecha, diferentes efectos. Vivo
en la Ciudad de México y me tocó sentir el impresionante sismo del pasado 19 de
septiembre, aniversario de aquel otro terremoto de 1985. Pero ahora la
situación fue diferente, pues estábamos mejor preparados para una emergencia de
esta magnitud.
A las 11:00 horas
hubo un gran simulacro, como se hace cada 19 de septiembre; pero dos horas
después vino el temblor real. Los simulacros realizados cada año, la señalación
tanto de salidas de emergencia como de puntos de reunión seguros, realmente
ayudaron a mitigar el caos generado por el movimiento de suelos y edificios.
Además, las
normativas de construcción que se implementaron desde 1985, también jugaron un
papel importante. La BBC estima
que en aquella tragedia murieron unas 10 mil personas, unas 68 mil resultaron
heridas y 30 mil edificios fueron afectados. Ahora, murieron 148 personas en la
ciudad de México (y otras 138 en los estados de Morelos y Puebla), se
colapsaron 40 edificios, y el Excelsior calcula
que 2,400 edificios quedaron severamente dañados. Las cifras son altas, pero la
diferencia entre ambos sismos es enorme.
2. Una solidaridad trepidante. En todo el
mundo se han transmitido imágenes de la ayuda humanitaria que por toneladas se han
enviado a las zonas afectadas por el sismo: agua, comida, ropa, herramientas.
Además, el gobierno local ha facilitado el transporte público y el acceso a los
hospitales públicos.
Miles de personas,
especialmente los jóvenes, espontáneamente ha acudido a prestar ayuda en las
labores de rescate y de atención a los damnificados. Yo mismo he visto acudir a
centenares de alumnos de la Universidad Panamericana, de la cual soy capellán y
profesor, como voluntarios a diversos puntos de la Ciudad de México y del
estado de Morelos. También soy testigo de la enorme red de ayuda de la Iglesia
Católica que, mediante las parroquias y decanatos, ha facilitado víveres y
albergues.
3. La cercanía de todo el mundo. La
solidaridad no se redujo a la ayuda económica, sino que también se manifestó en
los sentimientos de apoyo y de cercanía, junto con las miles y miles de
plegarias por los difuntos y por los necesitados.
Los mensajes
de grandes personajes, como el Papa Francisco, de presidentes y primeros
ministros, de artistas y empresarios, nos dieron el consuelo de saber que no
estamos solos en esta tragedia, y nos ayudaron a ver que todavía hay mucha
bondad en nuestro mundo.
Epílogo. Los cataclismos son fenómenos
que responden a leyes naturales, no a castigos divinos. En esas tragedias, Dios
cuida ordinariamente a los hombres mediante nuestro propio ingenio y
responsabilidad, que –en este caso– nos permitieron desarrollar una cultura de
prevención que evitó una tragedia más grande.
Pero Dios nos atiende especialmente mediante
el sentimiento de solidaridad que Jesucristo, Dios hecho hombre, ha sembrado en
los corazones con su ejemplo y sus enseñanzas: “ama a tu prójimo como a ti
mismo” (Mateo 22,39), “trata a los demás como quieres que ellos te traten a ti”
(Mateo 7,22), y dale dar de comer al hambriento y techo al desamparado (cfr.
Mateo 25, 31-46). Por la fe, sé que Dios estuvo presente durante el sismo, en
el rostro y las manos de quienes prestaron ayuda.
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