Año 12, número 606
Luis-Fernando Valdés
Falleció el
Prelado del Opus Dei, un auténtico hombre de Dios, que mucho me quiso y tanto me
ayudó en mi vida cristiana. Deseo compartirles hoy un homenaje personal a Mons.
Javier Echevarría, en quien tuve siempre un modelo de amor a Cristo y a las
almas.
Descanse en paz Mons. Javier Echevarría Rodríguez, Obispo y Prelado del Opus Dei (Foto: opusdei.org.mx) |
Tuvo una peculiar
misión en la vida, porque Dios lo puso a trabajar al lado de dos grandes
figuras de la vida eclesial: el Fundador del Opus Dei, San Josemaría Escrivá de
Balaguer, de quien fue secretario (1953 a 1975); y el primer sucesor de este
santo, el hoy beato Álvaro del Portillo, de quien fue el colaborador más
cercano (1975 a 1994).
Al fallecer Mons.
Del Portillo, Javier Echevarría fue elegido Prelado del Opus Dei (20 abr. 1994)
y luego ordenado obispo por san Juan Pablo II (6 ene. 1995). De ese momento,
gastó sus días en dar a conocer la figura de San Josemaría y su mensaje de
buscar la santidad en medio del trabajo y la vida familiar.
En sus 22 años al
frente del Opus Dei, siempre estuvo muy unido a los Papas Juan Pablo II,
Benedicto XVI y Francisco, a quien solo hace tres semanas había visitado.
Además, viajó varias veces a las más de 50 circunscripciones de la Prelatura y
tuvo centenares de reuniones con fieles y amigos de esta institución; ordenó a
más de 500 presbíteros; escribió sin interrupción un carta pastoral cada mes (o
sea, más de 250) y publicó varios libros sobre la vida cristiana.
2. Amó a Dios con gran pasión. Tuve la bendición
de tratar de cerca a Mons. Echevarría, a quien los fieles de la Prelatura
llamábamos sencillamente el Padre, por ser el padre de esta familia espiritual.
Se me quedaron
grabadas en el alma su mirada y su voz, cada vez que nos exhortaba a amar más y
más a Jesucristo. Una vez nos sugirió que aprovecháramos el silencio de esa
noche, para hablar con Jesús y, con brillo en los ojos, añadió: “qué cosas le
vamos decir”.
Pude asistir a no
pocas Misas celebradas por él. Y siempre me impresionó la manera como miraba la
Hostia Santa. Era como si con sus pupilas dijera: verdaderamente aquí está
Dios. Me di cuenta de que, en verdad, este gran obispo estaba muy enamorado de
Dios.
3. Con el cariño de un padre. En la homilía
de la Misa exequial, Mons. Fernando Ocáriz, Vicario auxiliar de la Prelatura, comentó
que durante sus últimos años en la tierra, el Padre nos pedía continuamente: “quereos
mucho, ¡que os queráis cada vez más!” Y no era una mera frase, pues “impresionaba
ver cómo quería a los demás”.
Su cariño también
fue para mí: cuando falleció mi madre, me hizo llegar unas palabras de
condolencia. Me sorprendió que me conocía por mi nombre, cuando me incorporé
–junto con otros 57– al seminario de la Prelatura, en Roma. Recuerdo con
emoción el abrazo tan entrañable que me dio cuando me confirió el presbiterado:
lo vi feliz de que yo fuera sacerdote.
El 26 de junio de
2012, en Roma, tuve una breve conversación con él, que inició así: en tu última
carta me decías esto y esto; y luego me dio tres consejos. Me impresionó que se
acordara con tanto detalle, pues esa misiva se la había enviado tres meses
antes. Su gran memoria era solo un reflejo de que nos quería a cada uno desde las
entrañas de Cristo.
Conservo como un
legado personal las palabras con las que se despidió de mí, en la última carta
que me envió: “Te quiere siempre más, te bendice y te abraza tu padre, Javier”.
Sé que ahora tengo a un intercesor que me conoce y me quiere en el Cielo, como
lo hacía ya desde esta tierra.
Un obispo que
fallece santamente es un motivo de esperanza para todo el Pueblo de Dios,
porque pone de relieve que el Señor ha actuado en la vida de un ministro suyo,
al que hizo capaz de vivir a fondo el gran mandamiento de amar a Dios a sobre
todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.
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