sábado, 20 de febrero de 2016

México, una nueva época entre Iglesia y Estado


Año 12, número 563
Luis-Fernando Valdés

Presenciamos una escena muy contrastante para la historia del México de la Reforma (1857-1910) y post-revolucionario (1917-2000): el Papa Francisco fue recibido por el Presidente del País, primero con música y danzas regionales, y después en un acto oficial en el Palacio Nacional. ¿Qué es lo que ha cambiado este viaje apostólico en la relación entre la Iglesia y el Estado mexicano?

El Presidente de México, Enrique Peña Nieto,
recibió al Papa Francisco en Palacio Nacional.
(Foto: www.noticierosdemexico.com.mx)

 
1. Una historia de separación. Con las Leyes de Reforma (1859), promulgadas durante la presidencia de Benito Juárez, inició la separación de la Iglesia de la vida pública, y tuvo su punto álgido en la nacionalización de los bienes eclesiásticos y la exclaustración de monjas y frailes.
Después con la nueva Constitución de 1917, desapareció la personalidad jurídica de la Iglesia, lo cual llevó más adelante a la llamada Guerra Cristera (1926-1929), que fue una dura persecución religiosa, denunciada por Pío XI (Enc. Iniquis afflictisque, 1926).

2. El reconocimiento de las asociaciones religiosas. Después esta historia tomó un giro diferente, porque hubo una convivencia “de facto”, en la que las instituciones religiosas no estuvieron reconocidas “de iure”, pero pudieron operar con cierta normalidad.
Fue una época de simulación por parte de ambas instancias. Cuando Juan Pablo II viajó a México, no hubo recepción oficial; y en 1990 fue recibido con gran respeto por el Presidente Salinas, aunque de modo no oficial.
En 1992, la Constitución mexicana fue reformada en la cuestión religiosa. Y surgió así un nuevo paradigma que reconocía el “derecho humano” de cada ciudadano a tener una religión y el derecho a que existieran asociaciones religiosas de cualquier confesión. Este enfoque superó la dialéctica entre el Estado y la Iglesia.

3. Una nueva relación. Los siguientes tres viajes apostólicos de san Juan Pablo II fueron visitas de Estado (1993, 1999 y 2002), y lo mismo el de Benedicto XVI (2012). En estas visitas quedó claro que los pontífices no venían a México con pretensiones políticas, sino a dar aliento y esperanza a los ciudadanos.
Ahora el viaje del Papa Francisco se realizó en un marco social marcado por problemas sociales (violencia, secuestros, narcotráfico, migrantes, desempleo), desintegración familiar, pobreza y marginación de minorías (como los indígenas).
El Papa fue recibido con alegría y con honores, como Jefe del Estado Vaticano y, a la vez, como “Mensajero de misericordia y paz”. Es decir, fue reconocido por todos que el País necesitaba de un líder moral que viniera a sacudir las conciencias y a exhortar a la solidaridad con lo más necesitados.

4. El punto de convergencia. La fórmula de Francisco fue una cercanía llena de gestos (saludar a millones de personas que le hacía valla en los trayectos, acariciar enfermos y hablar con sencillez), pronunciar mensajes religiosos (varios muy guadalupanos), hacer denuncias claras (tomando como base la Sagrada Escritura y aplicándola a las situaciones sociales y económicas actuales) y exhortar a la reconciliación y a la solidaridad con el próximo.
Así Francisco mostró que la problemática social es el punto donde la Iglesia y el Estado convergen, para prestar ayuda a una sociedad convulsionada y necesitada de soluciones. Cada institución en su lugar, pero ambas al servicio de las personas.

Seguramente hemos presenciado el final de una visión dialéctica entre gobernantes y eclesiásticos, y hemos sido testigos de una nueva época de colaboración entre Iglesia y Estado, que ahora convergen no en una lucha de poder, sino en las “periferias” sociales y existenciales.

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