Año 12, número 563
Luis-Fernando Valdés
Presenciamos una
escena muy contrastante para la historia del México de la Reforma (1857-1910) y
post-revolucionario (1917-2000): el Papa Francisco fue recibido por el
Presidente del País, primero con música y danzas regionales, y después en un
acto oficial en el Palacio Nacional. ¿Qué es lo que ha cambiado este viaje
apostólico en la relación entre la Iglesia y el Estado mexicano?
El Presidente de México, Enrique Peña Nieto, recibió al Papa Francisco en Palacio Nacional. (Foto: www.noticierosdemexico.com.mx) |
1. Una historia de separación. Con las Leyes
de Reforma (1859), promulgadas durante la presidencia de Benito Juárez,
inició la separación de la Iglesia de la vida pública, y tuvo su punto álgido
en la nacionalización de los bienes eclesiásticos y la exclaustración de monjas
y frailes.
Después con la
nueva Constitución de 1917, desapareció la personalidad jurídica de la Iglesia,
lo cual llevó más adelante a la llamada Guerra Cristera (1926-1929), que fue
una dura persecución religiosa, denunciada por Pío XI (Enc. Iniquis
afflictisque, 1926).
2. El reconocimiento de las asociaciones
religiosas. Después esta historia tomó un giro diferente, porque hubo una
convivencia “de facto”, en la que las instituciones religiosas no estuvieron
reconocidas “de iure”, pero pudieron operar con cierta normalidad.
Fue una época de
simulación por parte de ambas instancias. Cuando Juan Pablo II viajó a México,
no hubo recepción oficial; y en 1990 fue recibido con gran respeto por el
Presidente Salinas, aunque de modo no oficial.
En 1992, la Constitución
mexicana fue reformada en la cuestión religiosa. Y surgió así un nuevo
paradigma que reconocía el “derecho humano” de cada ciudadano a tener una
religión y el derecho a que existieran asociaciones religiosas de cualquier
confesión. Este enfoque superó la dialéctica entre el Estado y la Iglesia.
3. Una nueva relación. Los siguientes
tres viajes apostólicos de san Juan Pablo II fueron visitas de Estado (1993,
1999 y 2002), y lo mismo el de Benedicto XVI (2012). En estas visitas quedó
claro que los pontífices no venían a México con pretensiones políticas, sino a
dar aliento y esperanza a los ciudadanos.
Ahora el viaje del
Papa Francisco se realizó en un marco social marcado por problemas sociales
(violencia, secuestros, narcotráfico, migrantes, desempleo), desintegración
familiar, pobreza y marginación de minorías (como los indígenas).
El Papa fue
recibido con alegría y con honores, como Jefe del Estado Vaticano y, a la vez,
como “Mensajero de misericordia y paz”. Es decir, fue reconocido por todos que
el País necesitaba de un líder moral que viniera a sacudir las conciencias y a
exhortar a la solidaridad con lo más necesitados.
4. El punto de convergencia. La fórmula
de Francisco fue una cercanía llena de gestos (saludar a millones de personas
que le hacía valla en los trayectos, acariciar enfermos y hablar con sencillez),
pronunciar mensajes religiosos (varios muy guadalupanos), hacer denuncias
claras (tomando como base la Sagrada Escritura y aplicándola a las situaciones
sociales y económicas actuales) y exhortar a la reconciliación y a la
solidaridad con el próximo.
Así Francisco
mostró que la problemática social es el punto donde la Iglesia y el Estado
convergen, para prestar ayuda a una sociedad convulsionada y necesitada de
soluciones. Cada institución en su lugar, pero ambas al servicio de las
personas.
Seguramente hemos
presenciado el final de una visión dialéctica entre gobernantes y
eclesiásticos, y hemos sido testigos de una nueva época de colaboración entre
Iglesia y Estado, que ahora convergen no en una lucha de poder, sino en las
“periferias” sociales y existenciales.
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