Año 11, número 527
Luis-Fernando Valdés
La breve visita
del Papa a Bosnia-Herzegovina suscitó perplejidades. Francisco pidió que haya comprensión
entre los creyentes de diversas confesiones; pero ¿el respeto a la fe del otro no
es una manera de admitir que uno no posee la verdadera religión?
Francisco en Sarajevo, en diálogo con líderes religiosos (ortodoxos, musulmanes y judíos). |
El Santo Padre
realizó una visita de un día a la capital de los bosnios, el pasado 6 de junio.
El Pontífice al día siguiente explicó que acudió a esa localidad, porque
“Sarajevo es una ciudad símbolo”, ya que “durante siglos ha sido un lugar de
convivencia entre pueblos y religiones, tanto que es llamada ‘Jerusalén de
Occidente’ ”.
Desde finales del
siglo XIX, se consideraba que los Balcanes eran “el polvorín de Europa”. De
hecho, la Primera Guerra Mundial se desató con el asesinato del archiduque
Francisco Fernando, ocurrido en Sarajevo (28 junio 1914). Después de varias
guerras en los Balcanes, durante la década de 1990 tuvo lugar otra sangrienta
conflagración entre cristianos ortodoxos y musulmanes.
Por eso, el Papa
explicó que en el pasado reciente Sarajevo “se ha convertido en símbolo de la
destrucción de la guerra”, pero añadió con esperanza que “ahora está en curso
un proceso de reconciliación y, sobre todo por esto he ido allá”.
El Obispo de Roma
tuvo un encuentro ecuménico con representantes de las demás confesiones del
país: musulmanes, ortodoxos y judíos. Allí señaló que en el diálogo
interreligioso “se aprende a vivir juntos, a conocerse y aceptarse con las
propias diferencias, libremente, por lo que cada uno es”. (Aciprensa,
7 junio 2015)
Para algunos esta
actitud del Pontífice sería una muestra de renunciar a tener la verdad sobre la
religión (la religión verdadera), ya que pondría al mismo nivel todas las
religiones, cayendo en un relativismo religioso.
Sin embargo, esto
no es así. Lo que hace el Santo Padre es poner por obra lo que enseña la Biblia.
En ella se nos revela que Dios creó al hombre “a su imagen y semejanza” (Gen 1-2),
y que esta semejanza se manifiesta en la libertad, aunque ésta pueda ser usada
para rebelarse contra Dios (Gen 3).
De esta manera, la
Biblia enseña que Dios mismo respeta la dignidad del hombre, aunque se
equivoque o aunque no tenga la verdad. No es que la dignidad humana sea
superior a Dios, sino que el deseo de Dios es que se respete la dignidad y
libertad de cada persona.
Por eso, en el
Antiguo Testamento, Dios envía profetas para invitar al Pueblo a reconocer los
errores que lo alejan de Dios, pero Dios nunca emplea la violencia para
corregirlos. Y en el Nuevo Testamento, Jesucristo enseña con sus obras y
también con sus palabras que debemos respetar al prójimo, incluso cuando está
en el error o cuando nos ofende.
Por eso, explicó
Francisco que el punto de partida para “el diálogo interreligioso, antes
incluso de ser una discusión sobre los grandes temas de la fe, es una ‘conversación
sobre la vida humana’ (cf. Evangelii gaudium, 250). En él se comparte el día a
día de la vida concreta, en sus gozos y sus tristezas, con sus angustias y sus
esperanzas; se asumen responsabilidades comunes; se proyecta un futuro mejor
para todos.” (Discurso
completo)
La actitud de un
creyente ante los fieles de otra religión no consiste en renunciar a tener la verdadera
religión, sino en creer e imitar que lo que Dios mismo ha hecho: respetar la
dignidad humana del otro, aunque no tenga la verdad completa. Entonces, enseña
Francisco, “el diálogo es una escuela de humanidad y un factor de unidad, que
ayuda a construir una sociedad fundada en la tolerancia y el respeto mutuo.”
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