Año 10, número 480
Luis-Fernando Valdés
México ha abierto
sus ojos al drama de los niños migrantes que viajan solos a Estados Unidos para
buscar a sus padres. Los gobiernos y las instituciones son rebasados por este
problema. ¿Qué se puede hacer?
En esta crisis
humanitaria que recientemente ha estado presente en los medios de comunicación,
están involucrados México y todos los países centroamericanos, e incluso también
la Iglesia porque muchos de los albergues para migrantes en nuestro País son
dirigidos por católicos.
Por esa razón, la
Secretaría de Relaciones Exteriores organizó el “Coloquio México-Santa Sede sobre Migración Internacional y
Desarrollo”, que se llevó a cabo el pasado lunes 14 de julio, y al que asistieron
los cancilleres de México, Honduras, Guatemala y El Salvador, así como
legisladores, diplomáticos, obispos y académicos.
El ponente
principal, invitado por
el Canciller José Antonio Meade, fue el Secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Pietro
Parolin, quien en su discurso
ofreció los siguientes elementos que permiten encuadrar el problema y perfilar
una solución.
1) La dignidad
humana de cada migrante. Afirmó el Cardenal que “todo ser humano, por el mismo
hecho de ser persona, posee una dignidad tal que merece ser tratada con el
máximo respeto”, pues “la dignidad de las personas no procede de su situación
económica, de su filiación política, nivel educativo, pertenencia étnica,
estatus migratorio o convicción religiosa”.
2) El dolor y el
sufrimiento en la raíz de la “movilidad humana”. Parolin dijo que “las causas
son siempre las mismas: la violación de los derechos humanos más elementales,
la violencia, la falta de seguridad, las guerras, el desempleo y la miseria”.
Explicó que en el
intento llegar a una tierra de promisión, “miles de personas deben pasar
hambre, humillaciones, vejaciones en su dignidad, a veces hasta torturas y,
algunos, morirán solos entre la indiferencia de muchos”.
Y denunció la
trata humana, el trabajo en condiciones de semi-esclavitud, los abusos sexuales,
las redes de bandas criminales que operan a nivel transnacional y que actúan
con impunidad a causa de la corrupción.
3) La apertura de
la naciones hacia los migrantes. Mons. Parolin explicó que muchos países están
abiertos a recibir capital y tecnología extranjeros, pero rechazan la llegada
de persona foráneas, sin caer en cuenta de que, en realidad, “la
discriminación, el racismo, el trato vejatorio, las injusticias laborales… ¡no
son un buen negocio!”, porque las sociedades que rechazan a los migrantes “demuestran
ser muy débiles y poco preparadas para los retos de los decenios venideros”.
4) La necesidad de
una nueva cultura. El fenómeno de la migración no puede ser resuelto únicamente
con medidas legislativas, y mucho menos sólo con las fuerzas de seguridad. Por
eso, el Cardenal propuso que la solución requiere una conversión cultural y
social en profundidad que permita pasar de la “cultura de la cerrazón” a una
“cultura de la acogida y el encuentro”.
Estas
“macro-soluciones” también las podemos implementar cada uno: no ver al migrante
como un enemigo, sino como un hermano necesitado; adoptar una nueva mentalidad
para convivir con los migrantes como parte de nuestra vida y de nuestra
sociedad; no cooperar con los negocios o giros que explotan personas.
Vale la pena fomentar
esta nueva mentalidad, ya que la nueva configuración social implica aprender a
convivir con los que vienen de fuera e integrarlos a la fuerza productiva y
cultural de nuestra Patria.
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