sábado, 17 de mayo de 2014

Harvard: al filo de la intolerancia


Año 10, número 471
Luis-Fernando Valdés

La prestigiosa Universidad de Harvard permitió la celebración de una misa negra en su campus. Aunque finalmente ésta no se llevó a cabo, queda flotando una pregunta: ¿la tolerancia cultural da derecho a atropellar la sensibilidad religiosa?

Drew Gilpin Faust
 Un grupo satánico, llamado el “El Templo Satánico”, iba a celebrar una misa negra el pasado 12 de mayo en el Club de Estudios Culturales de Havard, como parte de una serie de exploraciones de las diversas culturas religiosas. (Mundo Cristiano, 9 mayo 2014)
La noticia causó mucho revuelo, porque una misa negra ofende a los católicos. En efecto, se trata de una ceremonia que, emulando la Misa Católica y denigrando los elementos que esta contiene, rinde culto a Satanás y a los demonios.
Las misas negras –relacionadas con el ocultismo, el esoterismo y la magia negra– con  frecuencia involucran la profanación de la Eucaristía, pisoteada, mezclada con drogas o incluso usada en actos sexuales. En otros casos, presentan sacrificios rituales de animales o de bebés. (Aciprensa, 9 mayo 2014)
La reacción del Obispo de Boston, Mons. Sean Patrick O’Malley, consistió tanto en  llamar a los creyentes y personas de buena voluntad a orar por los involucrados en ese evento como en pedir a la universidad que se desvinculara de la actividad.
Por su parte, la Presidenta de Harvard, Drew Faust, prefirió mantenerse en la ambigüedad. Pues, aunque reconoció que ese evento era una agresión “aborrecible” contra los católicos, no prohibió el evento a nombre de respetar la libertad de expresión de los alumnos.
Así, Ms. Faust –que no es católica– mientras anunció que participaría en la Hora Santa que los católicos organizaron como desagravio, a la vez expresó que: “la libertad de expresión (…) protege no solo la libertad de pensamiento de aquellos con los que están de acuerdo con nosotros sino también el pensamiento que odiamos”. (Aciprensa, 12 mayo 2104)
La postura de la Presidenta da mucho que pensar. Para ella, la libertad de expresión es un valor supremo, superior a todos, incluidos el respeto de las religiones y de la sensibilidad de las personas: en otra palabras, esta libertad está incluso por encima de la dignidad de las personas.
La dignidad humana –ese principio real por el cual todo ser humano merece respeto– es la base de todas las libertades. Y por esa razón, toda libertad tiene un límite, pues no puede pasar por encima del respeto a las personas que es la base de las libertades.
Para ilustrar que la dignidad de las personas es el punto de referencia primero (y no la libertad, como señala Drew Faust), resultan interesantes los argumentos esgrimidos por Mark Tooley, el presidente del Instituto de Religión y Democracia (IRD).
Tooley, cuestionó irónicamente si el grupo organizador, el Club de Estudios Culturales de Harvard “¿acaso recrearía un sacrificio humano ritual azteca en su exploración expansiva de distintas culturas? ¿O de repente podrían presentar a algunos sati quemando viva a una viuda reciente en homenaje a una diosa hindú? ¿Por qué no sacrificar niños a Moloch para comprender mejor las costumbres cananeas?” (Ibidem).
Como apunta el periodista Michael Cook, la postura de Harvard no se sostiene, pues con toda seguridad Ms. Faust no permitiría de ningún modo la quema de ejemplares del Corán, ni la lectura pública de “Mi lucha” de Hitler, ni un desfile del “orgullo homofóbico” (cfr. MercatorNet.com 13 mayo 2014).
Esto muestra que la dignidad de las personas y de su sensibilidad religiosa son un valor objetivo y universal. Por eso, a nombre del diálogo o de la tolerancia no se puede atropellar a las religiones.

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