Año 8, número 394
Luis-Fernando Valdés
En los templos
shintoístas de Japón, hay unas estatuas llamadas “mizuko”, para honrar a los
niños abortados tanto natural como intencionalmente. Pero, ¿por qué las mujeres
de una cultura no cristiana han quedado con un trauma post-aborto? ¿no se
suponía que este trauma era producto de la influencia religiosa católica, que
condena el aborto?
Estas estatuillas
que honran a los no-natos, toman su nombre de las palabras japonesas “mizu”
(agua) y “ko” (niño). “Como el líquido elemento, fueron ‘escurridos’ de la vida
por sus padres. Son los no nacidos, para quienes el remordimiento ha creado
cementerios en todo Japón”.
“No son
cementerios propiamente dichos, pues no hay tumbas ni cadáveres. Solo estatuillas
que evocan un doloroso recuerdo. Son lugares de oración, donde se practica la
plegaria que se eleva para consolar a un alma en pena (kuyo)” (Semanario
“El guijarro blanco”).
Se estima que
desde 1948, cuando se aprobó la ley del aborto, en aquel país del sol naciente
se han practicado más abortos que el número de habitantes actuales, es decir,
127 millones de casos en medio siglo.
Un "mizuko" vestido como niño, señal de duelo por un aborto. |
Sin embargo, ni la
legalización del aborto ni su práctica habitual han logrado frenar la
conciencia de las mujeres que lo han realizado. Y la prueba del daño
psicológico es patente. Esas madres japonesas pagan entre 80,000 y 150,000 yenes (entre 800 y 1,500
dólares) para “enterrar” a su niño abortado.
En realidad, no es
propiamente un entierro, sino la “asignación” de un lugar para que el alma del
no nacido pueda “descansar”. En el templo Shiunzan Jizoji de la localidad de Chichibu,
una placa conmemorativa explica la finalidad de ese cementerio: que las almas
de los niños abortados que vagan “en el país de las tinieblas”, tengan un lugar
donde los padres los puedan “enterrar” y descansen.
En realidad, esos
niños no vagan o vuelven a molestar a sus padres que los abortaron intencionalmente.
Es la conciencia moral de estos padres y madres la que les reclama que han
interrumpido una vida.
Así como aquellas
madres japonesas “visten” a sus “mizuko” y los adornan, como si fueran niños
vivos, de igual manera las mamás occidentales que han decidido abortar se
preguntan con frecuencia: “¿cómo sería hoy mi hijo?”
Clínicamente se
denomina “Trastorno de estrés postraumático” (TEPT) a este estado psicológico. Este
remordimiento no es producto del adoctrinamiento religioso. Aunque hay un claro
un factor moral y también un elemento biológico.
La investigadora
española Natalia López Moratalla presentó un estudio científico sobre el TEPT.
Muestra ahí que toda las emociones dejan una huella en las neuronas. “Naturalmente
el embarazo en cuanto proceso biológico es evaluado positivamente, mientras que
su terminación, espontánea o violenta, antes de que el hijo llegue a término es
evaluada biológicamente como negativo. Y guardado, por tanto, en el cerebro,
como recuerdo positivo en el primer caso y negativo y traumático en el segundo”.
[Ver
estudio completo]
De manera que,
tanto la experiencia moral atestiguada por presencia de cementerios llenos de
estatuillas “mizuko”, como estudios neurológicos que explican el “trauma
post-aborto”, nos explican que un aborto, lejos de favorecer a la mujer,
siempre termina por dañarla.
Mujer
profundamente afectadas: ésta es la tragedia de los “niños de agua”, que se
escurrieron del vientre de sus madres, dejándoles un trauma muy difícil de
superar. Quisiéramos gritar fuerte: “ya no más mujeres dañadas”. Apoyar el
aborto no significa ya más estar a favor de la mujer.
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