Año 8, número 393
Luis-Fernando Valdés
Un Papa anciano
ante un mundo que se aleja de Dios. Frente al creciente abandono de la Iglesia
en muchos países occidentales, el Pontífice empuña un arma forjada hace 50
años, que parece no haber funcionado: los documentos del Vaticano II. ¿Hacia
dónde va ahora el Pontificado de Benedicto XVI?
Los nuevos dioses: el capital anónimo, la violencia, la droga, el modo de vida dirigido por la propaganda. (Foto: gárgola de Notre Dame de París). |
El pasado 11 de
octubre, Benedicto XVI inauguró el “Año de la fe”, con la finalidad de invitar al
hombre de hoy a creer en Dios. El Papa Ratzinger, que participó como perito
conciliar cuando era un joven teólogo, propone como su gran estrategia la
lectura y la comprensión del Concilio, que Juan XXIII convocó para hablar del
papel de la Iglesia “en el mundo de hoy”.
El Vaticano II fue
inaugurado con gran júbilo: por fin la Iglesia se pondría al día. El objetivo
era claro: explicar al hombre de hoy la fe católica de siempre, y hacerle ver
que ahí estaban las respuestas a las cuestiones suscitadas por la posguerra
mundial.
Pero la historia
tomó otro rumbo, que muchos llamaron el “posconcilio”. A nombre del Concilio,
muchos sembraron confusión, que dio un resultado inverso al buscado: el hombre
de hoy ya no tenía la fe católica de siempre, sino “novedades” doctrinales
totalmente diferentes.
El vaticanista
Sandro Magister compara la crisis actual de la Iglesia con aquella otra que
ocurrió en el siglo IV. Después del
Concilio de Nicea la situación del catolicismo era como el de “una batalla
naval en medio de la oscuridad de la tempestad”. (S. Magister,
1.XI.2012)
La respuesta de
Nicea a la crisis fue la proposición del Credo, en la versión que seguimos
recitando en la Misa dominical. Y la Iglesia salió adelante. Por eso, Benedicto
XVI ha propuesto como respuesta “la fe de siempre”, el Credo, con la confianza
de que así se pasará la crisis eclesial actual.
El hombre está
hecho para creer. Si no cree en el Dios de la religión, entonces hace actos de
fe en dioses de este mundo, fabricados por los humanos. Y el Papa alemán les ha
puesto nombres a las “divinidades” contemporáneas, que son “las grandes
potencias de la historia de hoy” (Meditación,
11.XI.2010).
1) “Los capitales anónimos que esclavizan al
hombre”, que son “un poder anónimo al que sirven los hombres, por el que los
hombres son atormentados e incluso asesinados”. 2) “Las ideologías terroristas”:
son la violencia cometida “en nombre de Dios, pero no es Dios: son falsas
divinidades a las que es preciso desenmascarar”.
3) “La droga”, “una
bestia feroz extiende sus manos sobre todos los lugares de la tierra y destruye”,
es “una divinidad falsa, que debe caer”. Y 4) “La forma de vivir propagada por
la opinión pública”, que dicta “hoy se hace así: el matrimonio ya no cuenta, la
castidad ya no es una virtud, etcétera”.
El Papa explica la
entera Historia bíblica como una gran batalla para ser liberados del
politeísmo, de los dioses de este mundo, como un proceso que “no ha terminado
nunca”, ya que se “realiza en los diversos períodos de la historia con formas
siempre nuevas”.
Sin embargo, es la
fe auténtica –la que cree en Dios, la que tiene sentido sobrenatural, la que busca
algo más que dioses creados por intereses humanos– la va a destronar a los
potencias que dominan y destruyen al hombre de hoy.
Por eso, Benedicto
como sabio guía de la Iglesia ha empuñado una espada forjada hace dos mil años:
el Credo, la fe de siempre. Morirá seguramente sin ver los resultados; pero la
estocada que ha infligido a los dioses de hoy es mortal. “Los que parecían
dioses no son dioses y pierden el carácter divino, caen a tierra”.
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