Año 8, número 392.
Luis-Fernando Valdés
El fenómeno de la
migración es noticia continua. Recientemente, hemos visto llegar la caravana de
madres centroamericanas que han venido a buscar sus hijos migrantes
desaparecidos [ver].
Esta tragedia exige nuevas soluciones.
Las conmovedoras imágenes
de estas madres de familia depositando ofrendas florales invitan a la reflexión.
Hasta ahora al estudiar la migración se suele hablar de derechos, tanto de la
nación receptora como de los hombres y mujeres que dejan su país.
El dolor de las madres centroamericanas que perdieron a sus hijos exige una solución a fondo: la oportunidad de poder vivir en su nación. (www.fotover.com.mx) |
En el primer caso,
se suele afirmar que cada Estado tiene el derecho de regular los flujos
migratorios para garantizar del bien común de sus ciudadanos, siempre y cuando
tales medidas garanticen el respeto de la dignidad de los migrantes.
En el caso de los
migrantes, también se habla de que el derecho de la persona a emigrar es uno de
los derechos humanos fundamentales, de manera que cada quien pueda establecerse
en el lugar que considere más oportuno para desarrollar sus capacidades y cumplir
sus aspiraciones y sus proyectos.
Sin embargo, se
hace poco énfasis en que la situación de abandonar la propia nación y dejar a
la familia para buscar un futuro mejor no es algo deseable. Es doloroso tener
que dejar a los padres o a los hijos para buscar un empleo.
Esta situación ha
sido visualizada con claridad por Benedicto XVI, quien en un mensaje reciente
ha explicado que, “en el actual contexto socio-político, antes incluso que el
derecho a emigrar, hay que reafirmar el derecho a no emigrar”. [Mensaje
Jornada del Migrante, 12.X.2012]
Se trata de que
una persona tenga primero la posibilidad de permanecer en su tierra, antes de
que no le quede más remedio que abandonar a los suyos. Seguramente, las madres
centroamericanas que hoy buscan a sus hijos que perdieron en México desearon
mil veces que ellos no hubieran tenido que dejarlas.
Sin embargo, este
derecho a “no emigrar” requiere unas medidas a gran escala, para establecer las
condiciones que permitan permanecer en la propia tierra. Ya Juan Pablo II hacía
ver que “es un derecho primario del hombre vivir en su propia patria” y que “este
derecho es efectivo sólo si se tienen constantemente bajo control los factores
que impulsan a la emigración”. [Discurso,
9.X.1998, n. 2]
Como es sabido,
entre esos factores se encuentran las guerras, el sistema de gobierno, la
desigual distribución de los recursos económicos, la política agrícola
incoherente, la industrialización irracional y la corrupción difundida.
Ante este
panorama, resulta casi de risa pensar que la solución para detener la migración
consistirá en poner un muro fronterizo, o en intentar disuadir a los posibles
migrantes mediante campañas informativas. El hambre y a la pobreza son motores
más fuertes que el miedo.
Se requieren
macro-soluciones, pues afectan a las políticas económicas, financieras y
sociales de cada país involucrado, además es necesario un escrupuloso respeto a
la persona humana y a su dignidad. En definitiva, hace falta un mejor
funcionamiento de la democracia.
Sin embargo, en
nosotros los ciudadanos de pie está el primer paso para esas grandes soluciones:
no ser insensibles ante el fenómeno migratorio, seguir las noticias de los
migrantes, protestar ante los casos de discriminación y fomentar un clima de
opinión pública que exija a las naciones que acepten sus responsabilidades.
Las lágrimas de
las madres de familia, que desde Centroamérica han venido a nuestro País, están
exigiendo que cambien las condiciones políticas y económicas para que sea una
realidad el derecho a “no emigrar”.
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