domingo, 14 de octubre de 2012

¿Fracasó el Concilio Vaticano II?


Año 8, número 389
Luis-Fernando Valdés

Hace 50 años inició el Concilio convocado por Juan XXIII (11.X.1962). Con grandes ilusiones de poner al día a la Iglesia, se reunieron el Papa y más de 2 mil obispos. Sin embargo, el resultado casi inmediato de ese “aggiornamento” fue una gran confusión doctrinal y una desobediencia casi generalizada. ¿Será necesario un nuevo concilio para enderezar la barca de Pedro?

Juan XXIII (izq.) inició el Vaticano II,
Pablo VI (centro) lo concluyó. Y
Benedicto XVII celebra el 50 aniv.
de la apertura de este Concilio
Pablo VI, el Papa que fue elegido en pleno desarrollo del Concilio, admitía con tristeza, que el “humo de Satanás” se había metido en la Iglesia, aludiendo al gran desorden teórico y práctico al que se enfrentaba la religión católica (cfr. Discurso, 29.VI.1972).

De igual manera, Benedicto XVI es consciente de la crisis de fe posconciliar, que asola a nuestra época y que afecta a millones de creyentes, sobre todo en Occidente. El Papa reconoce que en estos 50 años “ha aumentado la ‘desertificación’ espiritual. Si ya en tiempos del Concilio se podía saber, por algunas trágicas páginas de la historia, lo que podía significar una vida, un mundo sin Dios, ahora lamentablemente lo vemos cada día a nuestro alrededor. Se ha difundido el vacío” (Homilía, 11.XI.2012).

Sin embargo, el Papa Ratzinger, que tuvo un destacado papel como perito teológico durante la Asamblea conciliar, lejos de tener una visión negativa sobre el Vaticano II, considera que sigue siendo válida su doctrina.

Y explica que si la meta de los padres conciliares era “hacer resplandecer la verdad y la belleza de la fe en nuestro tiempo, sin sacrificarla a las exigencias del presente ni encadenarla al pasado”, ahora mismo “lo más importante … es que se reavive en toda la Iglesia … aquel anhelo de volver a anunciar a Cristo al hombre contemporáneo”,  apoyados “en una base concreta y precisa, que son los documentos del Concilio Vaticano II” (cfr. Ibídem).

La respuesta a la crisis de fe que Benedicto XVI propone hoy va a la raíz: presentar nuevamente la fe, mediante una iniciativa llamada “Año de la fe”. El Papa  propone a los católicos que durante este periodo redescubran la doctrina del Concilio, como solución a los problemas morales y espirituales que aquejan al mundo de hoy.

Quizá estamos acostumbrados a ver a la Santa Sede apagando fuegos, yendo por detrás de los problemas. En cambio, este proyecto del “Año de la fe” nos permite ver a un Benedicto XVI propositivo, de vanguardia, que sale al encuentro de los grandes retos.

El Concilio no se ha malogrado. Lo que ha fracasado ha sido su trasmisión, pero sería injusto afirmar que se ha transmitido mal en todas partes, pues hay bastantes lugares donde la renovación eclesial, catequética y litúrgica ha dado verdaderos frutos, que se notan en el aumento de la práctica religiosa.

Aunque quizá en no pocas personas prevalece una visión negativa del Vaticano II, en realidad, a los ojos de todos han estado presentes los mejores logros de esa Asamblea eclesial. Se trata del largo pontificado de Juan Pablo II, que reflejó la doctrina conciliar tanto en su persona, como en su abundante magisterio (especialmente con la promulgación de “Catecismo de la Iglesia Católica”) y en sus excelentes iniciativas pastorales, como los viajes apostólicos, los sínodos de obispos y las jornadas mundiales de la juventud.

Por eso, la propuesta de Benedicto XVI de dar a conocer los documentos del Concilio Vaticano II como una respuesta a la crisis actual suena coherente y tiene visos de que será eficaz. No parece pues que un nuevo concilio esté en el horizonte.

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