Año 8, número 389
Luis-Fernando Valdés
Hace 50 años
inició el Concilio convocado por Juan XXIII (11.X.1962). Con grandes ilusiones
de poner al día a la Iglesia, se reunieron el Papa y más de 2 mil obispos. Sin
embargo, el resultado casi inmediato de ese “aggiornamento” fue una gran
confusión doctrinal y una desobediencia casi generalizada. ¿Será necesario un
nuevo concilio para enderezar la barca de Pedro?
Juan XXIII (izq.) inició el Vaticano II, Pablo VI (centro) lo concluyó. Y Benedicto XVII celebra el 50 aniv. de la apertura de este Concilio |
De igual manera, Benedicto
XVI es consciente de la crisis de fe posconciliar, que asola a nuestra época y
que afecta a millones de creyentes, sobre todo en Occidente. El Papa reconoce
que en estos 50 años “ha aumentado la ‘desertificación’ espiritual. Si ya en
tiempos del Concilio se podía saber, por algunas trágicas páginas de la
historia, lo que podía significar una vida, un mundo sin Dios, ahora
lamentablemente lo vemos cada día a nuestro alrededor. Se ha difundido el vacío”
(Homilía, 11.XI.2012).
Sin embargo, el
Papa Ratzinger, que tuvo un destacado papel como perito teológico durante la Asamblea
conciliar, lejos de tener una visión negativa sobre el Vaticano II, considera
que sigue siendo válida su doctrina.
Y explica que si
la meta de los padres conciliares era “hacer resplandecer la verdad y la
belleza de la fe en nuestro tiempo, sin sacrificarla a las exigencias del
presente ni encadenarla al pasado”, ahora mismo “lo más importante … es que se
reavive en toda la Iglesia … aquel anhelo de volver a anunciar a Cristo al
hombre contemporáneo”, apoyados “en una
base concreta y precisa, que son los documentos del Concilio Vaticano II” (cfr.
Ibídem).
La respuesta a la
crisis de fe que Benedicto XVI propone hoy va a la raíz: presentar nuevamente
la fe, mediante una iniciativa llamada “Año de la fe”. El Papa propone a los católicos que durante este periodo
redescubran la doctrina del Concilio, como solución a los problemas morales y
espirituales que aquejan al mundo de hoy.
Quizá estamos
acostumbrados a ver a la Santa Sede apagando fuegos, yendo por detrás de los
problemas. En cambio, este proyecto del “Año de la fe” nos permite ver a un Benedicto
XVI propositivo, de vanguardia, que sale al encuentro de los grandes retos.
El Concilio no se
ha malogrado. Lo que ha fracasado ha sido su trasmisión, pero sería injusto
afirmar que se ha transmitido mal en todas partes, pues hay bastantes lugares
donde la renovación eclesial, catequética y litúrgica ha dado verdaderos frutos,
que se notan en el aumento de la práctica religiosa.
Aunque quizá en no
pocas personas prevalece una visión negativa del Vaticano II, en realidad, a
los ojos de todos han estado presentes los mejores logros de esa Asamblea
eclesial. Se trata del largo pontificado de Juan Pablo II, que reflejó la
doctrina conciliar tanto en su persona, como en su abundante magisterio
(especialmente con la promulgación de “Catecismo de la Iglesia Católica”) y en
sus excelentes iniciativas pastorales, como los viajes apostólicos, los sínodos
de obispos y las jornadas mundiales de la juventud.
Por eso, la
propuesta de Benedicto XVI de dar a conocer los documentos del Concilio
Vaticano II como una respuesta a la crisis actual suena coherente y tiene visos
de que será eficaz. No parece pues que un nuevo concilio esté en el horizonte.
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