Año 8, número 380
Luis-Fernando Valdés
Aunque era un
hombre muy reconocido internacionalmente, el fallecimiento del Autor de “Los 7
hábitos de la gente altamente efectiva” pasó casi desapercibido en los medios (16.VII.2012).
Por su enorme calidad humana y por su sabiduría, le rendimos homenaje a Steven
Covey (1932-2012).
Stephen R. Covey (1932-2012). Foto: REUTERS. |
Mi encuentro con
las obras de este importante escritor, más que casual fue “por imposición”.
Había terminado la Licenciatura en Filosofía y trabajaba como consultor en una
oficina de información. Mi jefe me indicó que leyera el libro de los “7
hábitos”, para establecer en base a esos siete principios, una plataforma común
de trabajo entre él y yo.
Me negué,
argumentando que un recién graduado en Filosofía, con sólidas bases de
antropología, ¿qué tenía que aprender de un “libro de auto-superación”? Pero mi
jefe no me dio opciones y lo empecé a leer bajo el adagio “al mal paso, darle
prisa”.
Pero me equivoqué,
pues desde las primeras páginas me di cuenta que Covey explicaba con maestría
que la vida humana se basa en principios, que no dependen del hombre, y que en
la medida en que el ser humano se adecue a ellos puede ser mejor persona.
Y, además, lo
hacía de una manera amena y clara, y desde estos principios explicaba la verdadera
eficacia. Pero la eficacia no consiste en sacar resultados cada vez mejores,
sino en desarrollar lo más profundo de uno mismo: la proactividad (entendida como
la responsabilidad personal para abordar las circunstancias de la vida), y el
sentido de misión desde el cual uno desarrolla los roles que juega en su vida
personal, familiar y laboral.
Después de esa
primera lectura, he releído varias veces los “7 hábitos”, además de estudiar
otras obras de este Autor. En Covey he visto realizado una meta que yo me había
planteado desde la Universidad: aplicar la Filosofía a la vida diaria.
Además, Stephen
Covey trataba con pericia un tema que es central para mí: desarrollar un modo
de pensar que explique con claridad quién es el hombre y que, a la vez, esté
claramente abierto a la fe, sin pretender interferir en los terrenos de la
Teología.
Stephen
Covey fue una gran persona, se casó con Sandra Merrill en 1956, y tuvieron
9 hijos; al morir dejó 52 nietos y 16 bisnietos. Apasionado por la familia,
aplicó los “7 hábitos” a la realidad familiar en un libro que ha servido de
inspiración a muchos matrimonios, a los que les explica los grandes principios
naturales del amor y de la fidelidad.
La nota
necrológica redactada por su hijos describe el talante religioso que inspiró
su pensamiento: “A lo largo de su vida, la mayoría de las mañanas, se levantaba
temprano, iba a un lugar donde pudiera estar solo, y rezaba, meditaba y
estudiaba las Escrituras. Esta victoria privada diaria, como él la llamaba, se
convirtió en la fuente de su seguridad, guía, sabiduría y poder”.
La sabiduría de
Stephen Covey da muchas lecciones, entre otras que cuando buscamos los
principios de la existencia humana, podemos entablar un diálogo sincero y
fructuoso entre creyentes de distintas confesiones, porque la verdad humana constituye
una base común para todos. Descanse en paz un gran sabio.
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