Año 8, número 361
Luis-Fernando Valdés
Benedicto XVI recibido como Jefe de Estado por el Presidente Calderón. |
Somos testigos de
dos momentos históricos de la configuración del Estado mexicano. Por una parte,
el Papa Benedicto XVI fue recibido como Jefe de Estado en su visita oficial a
nuestro País; y, por otra, el Senado aprobó la reforma al art. 40
constitucional, que establece que nuestra Patria es una “República laica”
(29.III.2012). ¿No son dos hechos contradictorios?
Fue muy importante
la presencia del Santo Padre en nuestro País, pues muchos mexicanos profesan la
fe católica y, para ellos, el mensaje del Papa les representa un motivo de
esperanza. Y sucedió que entre esos millones estaba incluido el Presidente de
la República y la Primera Dama; y, además, en la Misa en El Cubilete,
estuvieron presentes los candidatos a la Presidencia.
Con motivo de
esto, la reacción por parte de algunos ha sido de interpretar la presencia de
los personajes de la política como una ofensa al Estado laico. Así, el
investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, Elio Masferrer,
explicó que el Mandatario puede tener la ideología religiosa que prefiera, pero
que no puede hacer pública su preferencia pues debe mantener equilibrio (eleconomista.com.mx,
25.III.2012).
Pero, ¿acaso la condición para “mantener el equilibro” de ser Presidente de
creyentes y no creyentes debe ser la de ejercitar su fe sólo en privado?
Para José
Contreras, columnista de “La crónica de hoy” (23.III.2012),
el estado laico estuvo “anulado por tres días”. Sostiene que “el corolario de
esta claudicación temporal del Estado laico es la asistencia de los tres
principales candidatos presidenciales a la misa”. Entonces, para preservar el
Estado laico, ¿los líderes políticos deben abstenerse de ejercitar su derecho a
la libertad religiosa?
Además, Cárdenas
sostiene que con motivo de “la visita del Papa a México, el gobierno panista de
Guanajuato se ha comportado de tal manera, que pareciera que la autoridad civil
y la autoridad religiosa son una misma”.
Pero, ¿la
cooperación entre las instituciones civiles y las religiosas significa
intromisión? ¿Acaso la Iglesia dicto normas de tránsito o académicas estos
días? ¿Acaso el Gobierno obligó a la gente a ir a Misa?
Pero la laicidad
del Estado se puede entender de otra manera. Así, Sergio Sarmiento, sin ser
nada partidario de la Iglesia, da al clavo en su consideración de lo que debe
ser esta separación de gobierno civil y eclesiástico. “Un Estado laico
–escribió en su columna “Jaque mate” (26.III.2012)–
no tiene por qué ser anticatólico o antirreligioso: le basta con ser neutral
ante las religiones y ante quienes no profesan ninguna fe”.
Y, luego Sarmiento
se refirió al grupo “Anonymous” que atacó el portal del gobierno de Guanajuato
porque “México antes de ser siempre fiel debería ser siempre laico”; y añadió
que “la tolerancia debe aplicarse precisamente a aquello con lo que no congeniamos.
Y en verdad parece absurdo escatimar al pueblo mexicano una fe que éste alberga
en lo más profundo de su ser. El anticatolicismo no es laico: es simplemente
una estupidez”.
Parecería que el
precio de la laicidad del Estado es soslayar un derecho humano. Pero esto no
puede ser así, pues un derecho no puede atropellar otro derecho. En realidad,
la reforma al art. 40 constitucional pretende garantizar que en la “República
laica” mexicana todos puedan ejercitar su derecho a escoger su propia creencia
(o a no creer en nada). Por eso, sería contradictorio concebir hoy el Estado
laico como opuesto a la libre expresión de fe religiosa –personal y pública– de
los ciudadanos que se ocupan de la política.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Compártenos tu opinión