Año 7, número 346
Luis-Fernando Valdés
Es inminente la
llegada de la Navidad, y las ciudades aparecen ya decoradas con luces e
imágenes de muñecos de nieve. En muchos lugares, el saludo festivo es “¡felices
fiestas!”. Y las ofertas en los centros comerciales son casi irresistibles. Por
eso, no está de más preguntarnos, ¿qué celebramos? ¿de qué nos felicitamos?
Benedicto XVI da la bendición "Urbi et Orbi", desde el balcón de la basílica de San Pedro. (25.XII.2011. AFP, Tiziana Fabi) |
Aunque es muy
bueno que las familias tengan una fecha para celebrar juntas, y también lo es
que se manifieste el afecto con una buena cena y con regalos, hoy es una buena
oportunidad para volver a las raíces que le dan sentido a todo esto.
La Navidad, que en
latín se dice “Natívitas”, quiere decir “nacimiento”. Se trata de la solemne
fiesta cristiana del nacimiento de Jesús de Nazaret, a quien los cristianos
confesamos como nuestro Dios y Señor. El significado genuino de esta fiesta es
que Dios se ha hecho un ser humano y ha puesto su morada entre nosotros (cfr.
Juan 1, 14).
Los creyentes
celebramos que ha nacido Aquel que es Dios y hombre, y que ha llevado una
existencia como la de cualquier otro humano: una vida familiar con alegrías y
dolores, un vida laboral realizada con sudor y cansancio, sin ahorrarse la
muerte de su seres queridos y sin evitar la agonía ni la muerte.
Y porque llevó una
vida como la nuestra, la existencia entera de Jesús de Nazaret se convierte en
fuente de sentido para la nuestra. Gracias a su nacimiento –y a su vida toda–, cada
una de las circunstancias de la vida se ha convertido para los cristianos en
ocasión de un encuentro con Dios, lo cual la llena de significado –incluidos
los acontecimientos más duros–.
De esta manera, se
entiende la gran alegría de los cristianos, porque “el Eterno ha entrado en los
límites del espacio y el tiempo para hacer posible que hoy nos encontremos con
Él. Dios está cerca de cada uno de nosotros y desea que lo descubramos, para
que con su luz se disipen las tinieblas que encubren nuestra vida y la humanidad”,
como lo explicaba recientemente Benedicto XVI (Audiencia,
21.XII.2011) (Ver video abajo).
Pero no sólo es un
Modelo que da sentido a nuestra existencia, sino que Jesucristo es nuestro
Redentor porque vino a dar su Vida a cambio de la nuestra, muriendo en la Cruz
y resucitando. Con su Muerte consiguió que nuestros pecados nos fueran
perdonados, y además nos quiso elevar a la condición de hijos de Dios.
Esta realidad
profunda de ser perdonados por Dios, gracias a Jesús de Nazaret, también es
motivo de la celebración navideña; y, por eso, se entiende bien porqué el Papa
nos invita a vivir esta Navidad “contemplando con fervor el camino del inmenso
amor de Dios, que nos atrae hacia Sí a través de la encarnación, pasión, muerte
y resurrección de su Hijo”.
Estas fiestas ya
próximas son una buena oportunidad para redescubrir el sentido religioso –el
más pleno– de la Navidad cristiana, de manera que “las felicitaciones de ese
día sean una manifestación de la alegría de saber que Dios está cerca de
nosotros y quiere recorrer con nosotros el camino de la vida”.
Y, a la vez, estas
celebraciones nos invitan a “esforzarnos para que también en la sociedad actual
estas palabras –¡feliz Navidad!– no pierdan su profundo significado religioso,
y la fiesta no se quede sólo en sus aspectos externos”.
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