domingo, 4 de junio de 2006

El Papa en Auschwitz

Luis-Fernando Valdés

El pasado domingo Benedicto XVI visitó el campo de concentración nazi de Auschwitz. Este evento está lleno de simbolismo: se trata de un Papa alemán, que acude a un país invadido por los nazis en la Segunda Guerra Mundial, y da un discurso en el lugar donde se llevó a cabo con más crueldad la Shoa: el Holocausto judío. ¿Qué importancia tiene este acontecimiento?
En primer lugar, esta visita resalta la continuidad entre Juan Pablo II y Benedicto XVI. El 7 de junio de 1979, en ese mismo lugar, el Papa polaco afirmó que «no podía no venir aquí como Papa». Acudió ahí «no para acusar, sino para recordar» la barbarie cometida durante la Guerra Mundial contra el Pueblo hebreo y contra Polonia, y para «hablar a nombre de todas las naciones, cuyos derechos son violados y olvidados». Ahora, el Papa alemán, el pasado 28 de mayo, retomó esas palabras: «no podía no venir aquí». Expresó que era un deber acudir ahí, «como hijo del Pueblo alemán»: un germano que viene a pedir que se borren las heridas entre ambas naciones.
En segundo lugar, este evento destaca la invitación a la reconciliación. El Santo Padre exhortó a implorar la gracia de la reconciliación «para todos aquellos que, en este hora de nuestra historia, sufren en un nuevo modo bajo el poder del odio y bajo la violencia fomentada por el odio».
Y, junto con esta exhortación a la reconciliación, el Papa realizó un acto muy importante, que no pasó desapercibido: afirmó que no fue toda Alemania la que atacó a los judíos y a los polacos. Dijo que en su nación «un grupo de criminales alcanzó el poder mediante promesas mentirosas, en nombre de unas perspectivas de grandeza (…) y también con la fuerza del terror». Y de esa manera, «nuestro pueblo pudo ser usado y abusado como instrumento de la manía (de esos criminales) de destrucción y de dominio».
Y el tercer aspecto de este discurso consistió en la petición del Romano Pontífice de no olvidar la gran tragedia que estuvo a punto de destruir al Pueblo judío. «El lugar en el que nos encontramos —afirmó— es un lugar de la memoria, es el lugar de la Shoa. El pasado no es jamás sólo pasado. Éste nos mira y nos indica las vías que no hay que tomar y las que sí tomar».
Así, Benedicto XVI reflexionó sobre el sentido profundo de la Shoa. «En el fondo, esos criminales violentos , con el aniquilamiento de este pueblo, intentaban matar a aquel Dios que llamó a Abraham». Los nazis trataron de destruir a los judíos, porque «con su simple existencia, constituyen un testimonio de aquel Dios que ha hablado al hombre». Aquel Dios debía finalmente ser asesinado para que el dominio perteneciera solamente al hombre.
No se puede olvidar la Shoa, porque el exterminio de un Pueblo es un crimen contra toda la humanidad. No se puede sacar de la memoria porque es un recordatorio perenne que el hombre no puede sustituir a Dios. Pero no es una exhortación al rencor. Los fallecidos en Auschwitz —dice el Santo Padre— «no quieren provocar en nosotros el odio: al contrario, nos demuestran qué tan terrible es la obra del odio. Quieren suscitar en nosotros el valor del bien, de la resistencia contra el mal».
Este mensaje de Benedicto XVI tiene actualidad. Es una muestra de la continuidad del papado, es una invitación a la reconciliación y al perdón entre naciones, y es una advertencia para no desentenderse de la dura realidad que el hombre sin Dios se vuelve el peor depredador del ser humano.

Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com

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