domingo, 18 de junio de 2006

El deber de votar

Año 2, número 58
Luis-Fernando Valdés


Se han estado publicando encuestas sobre las preferencias electorales, y en ellas se refleja la tendencia del voto hacia un candidato u otro. Pero, quién se lleva la victoria, por ahora, parece ser el abstencionismo. ¿Es lícito no acudir a votar?


Hay una verdadera obligación de ir a las urnas. Quizá por diversos factores, algunos ciudadanos se sientan con alguna excusa para no depositar su voto. En el fondo de esa actitud, puede estar la idea de que votar es un actividad optativa, como lo es ir al cine, o a un museo. Si no voy al cine, no pasa nada. En cambio, no ir a votar si conlleva una responsabilidad ética, y por eso no es una mera opción, sino una obligación.


Alguno podría argumentar que dejar de votar es el resultado de una acción libre: “he decidido no votar”. Y parecería que contradecir esta actitud es intolerancia, pues debemos respetar la libertad de los demás. En efecto, no se puede obligar a nadie a hacer lo que no quiere. Pero no hay que olvidar que quien libremente deja de cumplir con sus obligaciones, comete una falta moral.


En la próximas elecciones, está en juego el bien común, el bien de todos los que vivimos en México. De estas elecciones depende la consolidación de la democracia en nuestro país, el fortalecimiento de sus instituciones y es la oportunidad para que se den las reformas estructurales necesarias para el auténtico desarrollo de todos los mexicanos (cfr. CEM, 17-V-2006, n. 6).


Cuando está de por medio el bien común, nadie puede sentirse excusado de no cumplir con sus deberes ciudadanos. A nombre de la libertad, ninguno puede decir que ya está justificado para no colaborar con el bien de todos. Más que dar muestras de ser libre, esa actitud manifestaría un egoísmo grande y muy poco amor por la Patria.


Otra excusa para no ir a la urnas podría ser el escepticismo. Ante las campañas de los candidatos, y el desconcierto que generan los ataques mutuos, más de alguno podría caer en la perplejidad de no saber por cuál de ellos votar. Quien se encuentra en esta situación de no encontrar el candidato ideal, tiene la obligación de elegir al que considere menos malo, tiene la responsabilidad de intentar que gobierne el que considere que lesionará menos los intereses de la Nación. Por eso, la abstención o la anulación del voto (p. ej. marcando varios candidatos) no solucionan nada, y son una forma de irresponsabilidad ciudadana.


Un pretexto más para no votar podría ser la consideración de que “puedo ayudar de otras maneras al País”. Ciertamente, cuando vivimos con honestidad, cuando trabajamos mucho y bien, cuando cuidamos a nuestra familia, contribuimos al bien de México. Pero se trata ahora de contribuir al bien común, que permite la recta construcción de las estructuras sociales y jurídicas que permiten a los individuos ser honestos, trabajar bien y formar una familia. De ahí que no es exagerado decir que dejar de votar pone en peligro a la persona, a su trabajo y a su familia.


No basta que cada uno seamos personalmente buenas gentes. Tenemos el deber de velar por el bien de todos. Por eso, los creyentes —aunque esto es válido para todo ciudadano, sin importar su credo— «de ningún modo pueden abdicar de la participación en la ‘política’; es decir, en la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común. Su compromiso político es una expresión cualificada y exigente del empeño cristiano al servicio de los demás» (Juan Pablo II, Sollicitudo rei sociales, n. 41).


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