Año 11, número 514
Luis-Fernando Valdés
Apenas acaba de
cumplir dos años como Papa, pero Francisco ya ha mencionado que su Pontificado
será muy breve. ¿Se trata de una mera jubilación o encierra algún sentido
profundo?
El pasado día 13 de
marzo se celebró el segundo aniversario de la elección de Jorge Mario Bergoglio
como Obispo de Roma. Junto con la sorpresa de que era el primer Papa latinoamericano,
también resultó inesperado que los cardenales hubieran elegido a una persona de
76 años, ya que la renuncia de Benedicto XVI por edad avanzada sugería escoger
a un cardenal mucho más joven.
Desde el comienzo
del Pontificado de Francisco, se ha dicho de que el nuevo Papa tendría una
gestión de pocos años y luego renunciaría. Además, él mismo lo ha mencionado en
diversas ocasiones. Recientemente, en la entrevista
que concedió a Valentina Alazraki, el Santo Padre habló expresamente de este
tema.
El Obispo romano
declaró que él tiene la sensación de que su Pontificado “va a ser breve. Cuatro
o cinco años”. Explicó que su presentimiento “es como una sensación un poco
vaga. (…) No sé qué es. Pero tengo la sensación que el Señor me pone para una
cosa breve, nomás... Pero es una sensación. Por eso tengo siempre la
posibilidad abierta ¿no?”
Esta declaración
hace unos años hubiera resultado impensable, pues el Papado es una institución
que desde siempre ha implicado un cargo vitalicio, aunque ha tenido excepciones
a lo largo de los siglos.
Sin embargo,
hablar hoy de la renuncia de un Pontífice parece ser de lo más normal. De
hecho, en la mencionada entrevista, el Santo Padre calificó este asunto como un
“problema teológico, muy interesante, muy rico”.
Al hablar de esta
nueva situación, Francisco le dijo a la periodista mexicana que “hace setenta
años, no existían los Obispos eméritos. Y hoy tenemos mil cuatrocientos. O sea
se llegó a la idea de que un hombre después de los 75, alrededor de esa edad,
no puede llevar el peso de una Iglesia particular”.
Y resaltó que “lo
que hizo Benedicto con mucha valentía fue abrir la puerta de los Papas eméritos”.
Por eso, Francisco considera que el Papa alemán es como “una puerta abierta
institucional” que dio pie a que los pontífices puedan renunciar. Y afirmó que
“hoy día el Papa emérito no es una cosa rara, sino que se abrió la puerta, que
pueda existir esto”.
Esta situación,
lejos de representar un problema, se convierte en un gran testimonio de que la
Iglesia es una realidad viva, que a lo largo de los siglos va tomando
conciencia de sí misma y entiende las nuevas situaciones en las que vive: los
llamados “signos de los tiempos”.
Así, por ejemplo,
con el Concilio de Trento (s. XVI) la Iglesia entendió que un obispo debía
vivir siempre en el territorio de su diócesis; más adelante, a penas en el
siglo XX comprendió que hay una edad en la que un obispo (salvo excepciones) ya
no está en condición de gobernar a su grey, y por eso instituyó la renuncia de
los obispos al llegar a los 75 años.
De igual manera,
con los avances de la salud pública y de la tecnología médica, una persona
puede llegar a una edad bastante longeva, pero eso no quiere decir que un Papa
anciano pueda cargar un peso tan grande como es el gobierno de la Iglesia
universal.
Y Benedicto XVI
tuvo esa gran intuición y nos dio una gran lección de humildad por aceptar sus
limitaciones y por su valentía de renunciar, para buscar ante todo el bien de
la Iglesia. Así posiblemente se ha abierto una nueva etapa en la historia de la
Iglesia, en la que brilla la prioridad pastoral de atender con eficacia a los
fieles de todo el mundo.
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