domingo, 15 de marzo de 2015

Más allá de la jubilación del Papa

Año 11, número 514
Luis-Fernando Valdés

Apenas acaba de cumplir dos años como Papa, pero Francisco ya ha mencionado que su Pontificado será muy breve. ¿Se trata de una mera jubilación o encierra algún sentido profundo?

El pasado día 13 de marzo se celebró el segundo aniversario de la elección de Jorge Mario Bergoglio como Obispo de Roma. Junto con la sorpresa de que era el primer Papa latinoamericano, también resultó inesperado que los cardenales hubieran elegido a una persona de 76 años, ya que la renuncia de Benedicto XVI por edad avanzada sugería escoger a un cardenal mucho más joven.

Desde el comienzo del Pontificado de Francisco, se ha dicho de que el nuevo Papa tendría una gestión de pocos años y luego renunciaría. Además, él mismo lo ha mencionado en diversas ocasiones. Recientemente, en la entrevista que concedió a Valentina Alazraki, el Santo Padre habló expresamente de este tema.

El Obispo romano declaró que él tiene la sensación de que su Pontificado “va a ser breve. Cuatro o cinco años”. Explicó que su presentimiento “es como una sensación un poco vaga. (…) No sé qué es. Pero tengo la sensación que el Señor me pone para una cosa breve, nomás... Pero es una sensación. Por eso tengo siempre la posibilidad abierta ¿no?”

Esta declaración hace unos años hubiera resultado impensable, pues el Papado es una institución que desde siempre ha implicado un cargo vitalicio, aunque ha tenido excepciones a lo largo de los siglos.

Sin embargo, hablar hoy de la renuncia de un Pontífice parece ser de lo más normal. De hecho, en la mencionada entrevista, el Santo Padre calificó este asunto como un “problema teológico, muy interesante, muy rico”.

Al hablar de esta nueva situación, Francisco le dijo a la periodista mexicana que “hace setenta años, no existían los Obispos eméritos. Y hoy tenemos mil cuatrocientos. O sea se llegó a la idea de que un hombre después de los 75, alrededor de esa edad, no puede llevar el peso de una Iglesia particular”.

Y resaltó que “lo que hizo Benedicto con mucha valentía fue abrir la puerta de los Papas eméritos”. Por eso, Francisco considera que el Papa alemán es como “una puerta abierta institucional” que dio pie a que los pontífices puedan renunciar. Y afirmó que “hoy día el Papa emérito no es una cosa rara, sino que se abrió la puerta, que pueda existir esto”.

Esta situación, lejos de representar un problema, se convierte en un gran testimonio de que la Iglesia es una realidad viva, que a lo largo de los siglos va tomando conciencia de sí misma y entiende las nuevas situaciones en las que vive: los llamados “signos de los tiempos”.

Así, por ejemplo, con el Concilio de Trento (s. XVI) la Iglesia entendió que un obispo debía vivir siempre en el territorio de su diócesis; más adelante, a penas en el siglo XX comprendió que hay una edad en la que un obispo (salvo excepciones) ya no está en condición de gobernar a su grey, y por eso instituyó la renuncia de los obispos al llegar a los 75 años.

De igual manera, con los avances de la salud pública y de la tecnología médica, una persona puede llegar a una edad bastante longeva, pero eso no quiere decir que un Papa anciano pueda cargar un peso tan grande como es el gobierno de la Iglesia universal.

Y Benedicto XVI tuvo esa gran intuición y nos dio una gran lección de humildad por aceptar sus limitaciones y por su valentía de renunciar, para buscar ante todo el bien de la Iglesia. Así posiblemente se ha abierto una nueva etapa en la historia de la Iglesia, en la que brilla la prioridad pastoral de atender con eficacia a los fieles de todo el mundo.


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