Año 9, número 418
Luis-Fernando Valdés
El entonces Card. Bergoglio viajaba en el "Subte" (el metro de Buenos Aires), como solidaridad con los pobres. |
El Santo Padre se
erigió como defensor de los afectados por la crisis económica mundial. Ante un
grupo de diplomáticos, abogó por una economía anclada en la ética, defendió a
los pobres y afirmó que “el dinero no debe gobernar”. ¿Será Francisco un Papa
de izquierdas?
El pasado jueves
16 de mayo, durante la audiencia de bienvenida a los nuevos embajadores de Kirguistán,
Antigua y Barbuda, el Gran Ducado de Luxemburgo y Botswana, el Obispo de Roma
pronunció un denso discurso recordando que la crisis ética se debe al rechazo
de Dios, ya que la ética lleva hacia Dios, que está fuera de las categorías del
mercado. (News.va,
16.V.2013)
Con una gran
claridad, el Papa Bergoglio animó a los expertos financieros y a los líderes
gubernamentales de sus países a considerar las palabras de San Juan Crisóstomo
(s. V): “No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles
sus vidas. No son nuestros los bienes que poseemos, sino suyos”.
Respecto a la
crisis financiera que afecta a gran parte del mundo, Su Santidad afirmó: “Hemos
creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex 32,
15-34) ha encontrado una imagen nueva y despiadada en el fetichismo del dinero
y en la dictadura de la economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente
humano”.
Esta “dictadura”
se puede percibir donde “los ingresos de una minoría van creciendo de manera
exponencial”, mientras que “los de la mayoría van disminuyendo”. La causa de este
desequilibrio “proviene de ideologías que promueven la autonomía absoluta de
los mercados y la especulación financiera, negando de este modo el derecho de
control de los Estados, aun estando encargados de velar por el bien común”.
Con fuerza, el
Pontífice también se refirió al consumismo, que deforma el concepto del ser
humano, porque “reduce al hombre a una sola de sus necesidades: el consumo”;
peor aún, “el ser humano es considerado hoy como un bien en sí que se puede
utilizar y luego desechar”.
Como resultado de
la “dictadura de la economía”, explicó el Papa, “se instaura una nueva tiranía
invisible, a veces virtual, que impone de forma unilateral y sin remedio
posible, sus leyes y sus reglas”. A todo ello se añade, “una corrupción
tentacular y una evasión fiscal egoísta” de dimensiones mundiales”. Y, por eso,
“el afán de poder y de poseer se ha vuelto sin límites”.
El Papa jesuita ha
hablado con firmeza sobre los abusos de la economía de mercado actual y de sus
estragos en los más pobres. Sin embargo, el Papa Francisco no es un portavoz de
las ideologías de izquierda, tampoco un teólogo de la liberación.
En cambio, el
Pontífice es un defensor de la dignidad del ser humano, que se ve atropellada
por un capitalismo salvaje. Las denuncias del Santo Padre siguen más bien la
misma línea de su antecesor, por lo que, en realidad, Francisco es un nuevo
Benedicto.
En efecto, la
denuncia del argentino sobre la “dictadura de la economía”, recuerda la batalla
de Benedicto XVI contra la “dictadura del relativismo”. El Papa emérito ya
había advertido de los abusos de la economía, mediante un planteamiento
académico en la encíclica “Caritas in veritate” (29 junio 2009), y Francisco lo
hace ahora con un lenguaje directo, asequible al gran público, resultado de su
experiencia pastoral en los barrios marginados de Buenos Aires.
Ambos pontífices
han sido valientes para hablar con claridad de los problemas estructurales de
nuestra cultura occidental, que atropellan al ser humano. Dos estilos, un mismo
mensaje, una misma denuncia.
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