Luis-Fernando Valdés
Llama la atención que alrededor de los viajes de Benedicto XVI algunos importantes personajes de la vida pública se han pronunciado a favor de la religión. En 2008 fue Sarkozy [ver]; en 2010, Cameron [ver]; y ahora con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid 2011, Vargas Llosa se une a la lista. ¿Qué encuentran en la religión estas destacadas figuras?
Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de literatura 2010. |
Desde el punto de vista cultural, nos encontramos en una nueva época, en la cual ha surgido un nuevo paradigma sobre la religión. El intento de la Ilustración de dar felicidad al hombre sin Dios ahora es un proyecto fracasado. Así lo afirma nuestro literato:
“Por más que tantos brillantísimos intelectuales traten de convencernos de que el ateísmo es la única consecuencia lógica y racional del conocimiento y la experiencia acumuladas por la historia de la civilización, la idea de la extinción definitiva seguirá siendo intolerable para el ser humano común y corriente, que seguirá encontrando en la fe aquella esperanza de una supervivencia más allá de la muerte a la que nunca ha podido renunciar”.
Las célebres palabras de las “Confesiones” de San Agustín resuenan hoy nuevamente en lo más profundo de cada persona: nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en Dios, en Aquel que le puede dar sentido a nuestra vida. Y esto es lo que Vargas Llosa, sin considerarse creyente, ha sabido captar.
La visión del escritor peruano es un poco negativa, pues considera que la religión es necesaria porque no todos estarían dispuestos a vivir sin Dios, ya que no estarían dispuestos a aceptar una vida sin sentido:
“La mayoría de seres humanos sólo encuentra aquellas respuestas, o, por lo menos, la sensación de que existe un orden superior del que forma parte y que da sentido y sosiego a su existencia”. Sin embargo, su intuición es verdadera: no se puede eliminar la religión de la vida pública, pues ésta ayuda a los seres humanos en su profunda necesidad de encontrar el sentido.
Varga Llosa propone que la religión siga ahí, que no se le destierre de la vida pública, siempre y cuando tenga un límite: que no busque el poder. Así lo dijo: “Mientras no tome el poder político y éste sepa preservar su independencia y neutralidad frente a ella, la religión no sólo es lícita, sino indispensable en una sociedad democrática”.
Los intelectuales hoy día se dan cuenta que el hombre nació con una tendencia religiosa. Y sin importar el origen de esta inclinación (sea psicológico, sea genético, sea lo que fuere), ven que ejercitarla llena de sentido y de felicidad a la gran mayoría. Y, por eso, el laicismo contemporáneo no puede ser ya un movimiento “anti-clerical”, ni tampoco una militancia contra la fe o las organizaciones religiosas.
Como resultado de observar las reacciones a los viajes de Benedicto XVI, me parece atisbar entre los intelectuales nuevos horizontes para la convivencia entre las religiones y entre los creyentes y no-creyentes. Ojalá que esta nueva visión –optimista y abierta– empiece a permear en el resto de la sociedad.
Y concluía el Nobel: “Creyentes y no creyentes debemos alegrarnos por eso de lo ocurrido en Madrid en estos días en que Dios parecía existir, el catolicismo ser la religión única y verdadera, y todos como buenos chicos marchábamos de la mano del Santo Padre hacia el reino de los cielos”.
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