Luis-Fernando Valdés
En este primer domingo de marzo, celebramos en todo el País el “Día de la Familia”. Es un acontecimiento gozoso, pues la inmensa mayoría de los mexicanos pensamos que la familia es uno de nuestros valores más importantes. Pero estos festejos están empañados de tragedia y de dolor. No podemos cerrar los ojos a la ola de violencia que nos asoló durante la semana. ¿Qué puede hacer la institución familiar ante esta amarga crisis social?
Hoy por hoy, nuestra Patria carece de justicia y, por eso mismo, la paz se ha ausentado. La familia es la institución más adecuada para recuperar estos dos grandes valores, porque en ellos se dan cita tanto la dimensión individual como la social de la persona humana,
Cuando describimos los problemas sociales de nuestra Nación –narcotráfico, desempleo, tráfico de personas, explotación de menores, por mencionar sólo algunos–, descubrimos un denominador común que es la injusticia, o sea, una falta o ausencia de derechos. En estas situaciones, los derechos humanos, que derivan de la propia naturaleza del ser personal –tanto en el aspecto individual como social–, son pisoteados o incluso eliminados.
No es posible esperar más, hasta que la violencia y el atropello hagan colapsar la sociedad. Hay que buscar un remedio y éste será fomentar y cuidar a la familia, porque –al ser ésta un comunidad de vida y amor– está en condiciones de regenerar la sociedad, a través de la justicia y la paz, porque en ella todo está presidido por el amor. Esta institución encuentra en el amor su origen y su fin. Y este amor recibido en el hogar es el que mejor puede educar en los valores.
La familia puede entonces dar y construir la justicia y la paz, que fundan el bien común que requiere la vida social. Pero es necesario pensar en la familia ya no en términos estáticos, como si el mero hecho de vivir juntos solucionara todo. Se requiere visualizarla en una armonía dinámica, en la que todos sus miembros se esfuerzan por vivir en el amor y los valores, para construir juntos la justicia y la paz domésticas. Sólo desde ahí pueden surgir la concordia y la tranquilidad para toda la sociedad.
Y es que en una vida familiar sana se experimentan algunos elementos esenciales de la paz: la justicia y el amor entre hermanos y hermanas, la función de la autoridad manifestada por los padres, el servicio afectuoso a los más débiles, a los ancianos y a los enfermos, la ayuda mutua en las necesidades de la vida, la disponibilidad para acoger al otro y, si fuera necesario, para perdonarlo. Por eso, asumo la afirmación del Card. Bertone pronunciada en el reciente “Encuentro de las familias”: “la familia es la primera e insustituible educadora de la paz”.
Por encima de las amenazas y dificultades que hoy se presentan en nuestro suelo contra la convivencia pacífica y el orden social, la familia está llamada a ser “protagonista de la paz”. Pensemos que los valores cultivados en la familia son un elemento muy significativo en el desarrollo moral de las relaciones sociales que configuran el tejido de la sociedad. Si de la unidad, fidelidad y fecundidad de la familia, como fundamento de la sociedad, dependen la estabilidad de nuestro Pueblo, ¿por qué no fomentar más a fondo la institución familiar? ¿por qué no tutelarla con leyes que garanticen su estabilidad? Sin familia, no habrá valores, y sin valores nunca advendrá la paz.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Compártenos tu opinión