Luis-Fernando Valdés
Con alegría profunda celebramos ayer el Día Internacional de la Mujer. Pero el júbilo no se debió sólo al hecho de tener una fecha asignada para expresar reconocimiento a las mujeres. Es verdaderamente profundo el gozo de festejarlas: es una manera de manifestar la gratitud que la humanidad les debe. Constatamos que se han dado pasos importantes en la valoración del género femenino, pero éste aún sigue atrapado entre dos extremos en pugna. La verdadera liberación femenina todavía no se ha consolidado.
Desde 1977, la Organización de la Naciones Unidas (ONU) ha promovido la celebración del Día Internacional de la Mujer. Para el correspondiente a este año, la ONU propuso el tema “Invertir en las mujeres y en las niñas”, cuyo objetivo es llamar la atención sobre las distancias que aún se deben salvar en la financiación del “empoderamiento” de la mujer (www.un.org).
Pero las inversiones económicas, publicitarias y legislativas que se realicen en beneficio de las mujeres se quedaran cortas, si no se hace una “inversión” a fondo para sacar a la mujer de la prisión de las ideologías. Actualmente, se sigue “forzando” a las mujeres a que se alineen en un extremo u otro de las corrientes de pensamiento que sostienen que no caben sino dos opciones: o una igualdad radicalizada del varón y la mujer, o un sometimiento total a los “roles tradicionales” (esposa, madre).
La mujer debe ser liberada de esta dicotomía. La verdad sobre ella consiste en la “simultaneidad” de ambas situaciones en su vida: su real igualdad respecto al varón es simultánea a su profunda diferencia respecto a los hombres. Quizá, desde el punto de vista ideológico, ésta es la gran barrera que hace falta superar. Hace falta fomentar un verdadero humanismo que contribuya notablemente a afirmar que la mujer puede ser simultáneamente actriz de la vida social, económica, política, etc. y esposa, madre de familia, columna del hogar.
La discriminación contemporánea hacia la mujer ya no consiste en negarle la igualdad de oportunidades. Al menos, a nivel de ideas y leyes, varón y mujer tienen derecho a ejercitarse en las misma ocupaciones. La segregación hacia ellas consiste hoy en que no se favorece que una dama pueda vivir “al mismo tiempo” sus dos dimensión: aquella en la que es igual al varón (p.ej. trabajar), y en la que es distinta a él (p.ej. maternidad, asistencia a otros, etc.)
Se necesita de un discurso nuevo al hablar de la mujer. Optar por el extremo “liberacionista” es tan obsoleto como insistir en que la mujer es sólo para el hogar. Lo que se requiere hoy es una filosofía –más que una ideología– que hable de la mujer en su integridad: igualdad y diferencia. Y mientras este pensamiento no empape las legislaciones y las políticas laborales, la mujer seguirá discriminada, atrás de la cortina de humo de una igualdad radicalizada.
Los logros de los movimientos feministas del siglo XX son dignos de reconocimiento. Gracias a ellos, las mujeres han podido demostrar su capacidad para participar activamente en la política, la empresa, la universidad, etc. El problema ha sido que estas causas se han politizado, y se han utilizado como banderas ideológicas. El resultado ha sido triste: el secuestro político e ideológico de la mujer. que La auténtica liberación llegará cuando se afirme y se fomente la simultaneidad: la mujer es igual al varón y –a la vez– diferente.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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