Luis-Fernando Valdés
Parafraseando a un político europeo, podemos decir que hoy mismo “todos somos Tabasco”, “todos somos Chiapas”. La solidaridad —humana y espiritual— nos hace sentir muy cercanos a nuestros compatriotas que sufren la desgracia. Durante la semana escuchamos en los medios, que estas tragedias se pudieron prever. Pero ¿por qué no arraiga en nuestro País una cultura de la previsión? ¿será sólo cuestión de planes gubernamentales?
Aunque suene duro decirlo, no será posible que en nuestra Nación se instaure una cultura de previsión, porque para conseguirlo hace falta que haya una cultura de la “primacía de la persona humana”. En efecto, mientras que no exista en cada ciudadano —y, por tanto, en cada gobernante, en cada legislador, en cada juez— una convicción profunda de que el ser humano es el fin último de la sociedad, siempre se interpondrán otros intereses y otros criterios, que sugerirán que es mejor invertir el capital en otros rubros, menos en el de prevención de riesgos.
En toda decisión política y económica, siempre subyace una noción del ser humano. De modo implícito se considera al hombre de una manera (por ej., como si fuera sólo una pieza intercambiable en la vida social), y se toman decisiones consecuentes con esa imagen (por ej., sale más caro invertir en una obra civil millonaria para prevenir inundaciones, que indemnizar a los posibles afectados). Por esa razón, toda sociedad tiene necesidad de que se le proporcione un norte claro sobre quién es el hombre, para que las medidas que se tomen estén de acuerdo a la gran dignidad de cada persona.
De ahí que no está de más recordar las palabras del Concilio Vaticano II sobre la naturaleza de la sociedad, que —por estar basadas en la naturaleza humana— son válidas tanto para los creyentes como para los que no profesan alguna creencia religiosa. Dice el Concilio que “el orden social y su progresivo desarrollo deben en todo momento subordinarse al bien de la persona, ya que el orden real debe someterse al orden personal, y no al contrario” (Gaudium et spes, 26). Por eso, es necesario que todos los programas sociales, científicos y culturales estén presididos por la conciencia del primado de cada ser humano.
En otras palabras, la persona no puede estar sometida a proyectos de carácter económico, social o político, impuestos por autoridad alguna, ni siquiera en nombre del presunto progreso económico de la comunidad civil en su conjunto, en el presente o en el futuro. Y esto se funda en la condición espiritual del hombre, creado a imagen de Dios. Si el ser humano concreto no es el centro de las decisiones políticas o económicas, ¿cuándo se tomarán medidas de previsión? Tristemente, sólo cuando haya un factor electoral en juego. En cambio, los intereses personales o la corrupción serán los posibles protagonistas.
Contemplar estas tragedia, observar a las familias sufrir la perdida total de sus bienes, nos debe llevar a pensar que los conceptos de la Doctrina Social de la Iglesia no son meras teorías, sino que son las herramientas que nos ayudan a comprender que el ser humano es el personaje central de la sociedad. Mientras esta realidad de la condición central del hombre no se haga parte de la cultura de nuestro País, será muy difícil que se elaboren estrategias para protegernos de posibles desastres naturales. Para instaurar la cultura de la previsión hace falta un cambio de enfoque: pasar del paradigma del beneficio electoral y de la ganancia económica a un esquema centrado en la dignidad de cada persona.
Correo: lfvaldes@prodigy.net.mx
www.columnafeyrazon.blogspot.com
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