Luis-Fernando Valdés
Publicado el 9 de septiembre de 2007
Ayer sábado, el Estadio Corregidora estuvo de fiesta. Miles y miles de queretanos se reunieron para celebrar un evento que, hoy día, más que motivo de júbilo es causa de división: la vida humana. Pero mientras muchos se juntan para exaltar el don de la vida humana, otros quizá no pocos, promueven una cultura en sentido contrario. Es curioso que nuestra sociedad ha cobrado conciencia del respeto debido a la naturaleza y, a la vez, ha devaluado su respeto por la vida humana.
Ha surgido una cultura contraria a la vida. No es una mera frase. Si analizamos el debate internacional de los últimos años, observamos una serie de atentados contra la vida humana, como la anticoncepción, la esterilización, el aborto, la procreación artificial, la producción de embriones humanos, sujetos a manipulación o a destrucción, y la eutanasia. El asesinato del hombre inocente no es novedad, pues sucede desde la antigüedad; en cambio, lo que sí es reciente y más grave es la legalización de estos crímenes contra la vida, como si fueran “un derecho”.
Cuando la muerte del inocente y del desvalido se convierten en norma jurídica, es señal de que para la cultura contemporánea la vida ya no es un valor. La historia reciente nos muestra hechos que demuestran con claridad cómo las políticas y las legislaciones contrarias a la vida están llevando a las sociedades hacia la decadencia moral, demográfica y económica.
La vida humana ya no es el valor primero y fundamental que protege el derecho. Ahora tiene prioridad el derecho a “escoger” si se deja vivir o no al nascituro, al minusválido, al enfermo terminal. Es un cambio de paradigma, tan importante como el que protagonizó Copérnico, cuando anunció que era la Tierra la giraba alrededor del Sol. Nuestra civilización está imperceptiblemente deslizándose del “don de la vida” a la “voluntad de poder”. El hombre deja de recibir la vida como un regalo divino, y se convierte en un ser poderoso que decide quién puede o no vivir.
Los humanos festejamos públicamente lo que amamos, lo que nos da identidad, lo que nos enorgullece como ciudadanos de una misma patria, lo que nos une. Por eso, es llamativo que no haya una fiesta nacional por la vida humana, como si nacer y vivir no fueran valores dignos de ser celebrados. Esto es señal de un cambio de mentalidad en la sociedad mexicana. Sin llamarse a sí misma “cultura de la muerte”, ya ha cobrado derecho de ciudadanía una corriente que ve la vida como un decisión y no como un don, como un posible estorbo más que como la grandeza de nuestra nación.
Celebrar la vida es un momento importante para sentar las bases de una mentalidad de la vida. Pero quedan dos pasos muy importantes para formar esta nueva cultura. Uno es fomentar la reflexión y el diálogo con todos los que reconocen que el auténtico progreso de la sociedad se funda en la salvaguardia incondicional de la vida humana.
Y el otro consiste en eliminar el delito legalizado, o al menos limitar el daño de esas leyes. Se trata de mantener viva la conciencia del deber radical de respetar el derecho a la vida, desde la concepción hasta la muerte natural de todo ser humano, aunque sea el último y el menos dotado. Pero como la norma es precedida por la costumbre, la modificación de las leyes tiene que ir antecedida y acompañada por la modificación de la mentalidad y las costumbres a gran escala. Y, por eso, un evento como el “Festival por la vida” es un hito no pequeño en este cambio de sensibilidad favorable a la vida humana.
Correo: lfvaldes@prodigy.net.mx
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Compártenos tu opinión