Luis-Fernando Valdés
En este año, que apenas comenzamos, todos hemos deseado que venga la paz. Ya no queremos más guerras, ni ejecuciones, ni una mujer asesinada más, ni hogares destruidos por la violencia. Pero, ¿cuál es el camino que lleva a la paz? Más aún, ¿qué podemos hacer los ciudadanos de a pie por la paz? Ésta es la vía: entender que el respeto a la persona humana es el «corazón de la paz».
Aunque parece algo muy teórico, muchas veces la paz no es respetada, porque algunas personas piensan que no ellas no están sometidas a ningún orden universal, y por eso atropellan a los demás. Sin embargo, así como el cosmos tiene unas leyes naturales, como la de la gravitación universal, de igual manera los humanos también están sometidos a una ley moral natural. Por eso, las normas éticas no han de considerarse como directrices que se imponen desde fuera, como si coartaran la libertad del hombre. Por el contrario, deben ser acogidas como una manifestación del proyecto divino universal inscrito en la naturaleza humana. Cuando los hombres reconocemos estas reglas, encontramos el sentido de respetarnos unos a otros. Aceptar estas reglas naturales que rigen la convivencia es un presupuesto fundamental para una paz auténtica.
Por otra parte, para buscar la paz, cada uno debemos respetar la dignidad de todo ser humano. Porque cada persona es libre, por su capacidad de conocer y de amar, nadie puede disponer libremente de ella, como si fuera un objeto. Así, por ejemplo, quien tiene mayor poder político, tecnológico o económico, no puede aprovecharlo para violar los derechos de los otros menos afortunados. Por eso, la paz se basa en el respeto de todos, especialmente de su derecho a la vida.
El respeto del derecho a la vida en todas sus fases establece un punto firme de importancia decisiva: la vida es un don que el sujeto no tiene a su entera disposición. La afirmación de este derecho, pone de manifiesto que existe una relación del ser humano con un Principio trascendente, que lo libera de la arbitrariedad del hombre mismo. El derecho a la vida no está sometidos al poder del hombre. La paz necesita que se establezca un límite claro entre lo que es y no es disponible: así se evitarán intromisiones inaceptables en los derechos humanos.
Sin embargo, en nuestra sociedad no se respira paz, porque nos hemos acostumbrado a ver las víctimas de los conflictos armados, del terrorismo y de diversas formas de violencia, y porque no queremos reconocer que hay muertes silenciosas provocadas por el hambre, el aborto, la experimentación sobre los embriones y la eutanasia. ¿Cómo no ver en todo esto un atentado a la paz? El respeto a la vida es indispensable para establecer relaciones de paz duraderas.
Además, en el origen de frecuentes tensiones que amenazan la paz se encuentran seguramente muchas desigualdades injustas que, trágicamente, subsisten en nuestra sociedad, como las que se refieren al acceso a bienes esenciales como la comida, el agua, la vivienda o la salud. Pero las peores son las desigualdades entre hombre y mujer en el ejercicio de los derechos humanos fundamentales.
Ante este panorama de relativismo que no reconoce leyes morales naturales, de falta de respeto a la vida y de desigualdad, hay que gritar que el «corazón de la paz» es el respeto de la dignidad de las personas. Hago mía la enseñanza de Benedicto XVI de que sólo respetando a la persona se promueve la paz, y que construyendo la paz se ponen las bases para un auténtico humanismo integral. Así es como se prepara un futuro sereno para las nuevas generaciones.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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