Luis-Fernando Valdés
El pasado martes 12 de este mes, el Presidente Felipe Calderón entregó el Premio Nacional de Derechos Humanos 2006 a la abogada estadounidense de origen mexicano Isabel García y al reverendo norteamericano Robin Hoover, quienes ayudan a los inmigrantes en Arizona (EEUU), así como al sacerdote católico italiano Florenzo Rigoni, quien socorre a los indocumentados en la frontera de México con Guatemala. Estos reconocimientos por parte del Estado Mexicano son una señal de que los problemas de los derechos de los migrantes en la frontera sur de nuestro País son tan graves como los de la frontera norte. Ambos casos reclaman más solidaridad y más justicia.
Esa solidaridad no puede provenir únicamente del sector público. También los particulares deben prestar su ayuda a los que sufren por salir de su país. Este es el caso del Padre Florenzo Rigoni, quien desde hace 10 años mantiene un albergue en Tapachula, Chiapas, al que llegan mujeres y hombres centroamericanos que pretenden escapar de la pobreza en sus países. El P. Rigoni, que en nuestra Patria adoptó el nombre de Flor María, los recibe en este refugio para que tomen aliento y decidan continuar su camino o regresar. Este sacerdote forma parte de la Congregación de los Misioneros de San Carlos Scalabrinianos, que es una comunidad internacional de religiosos, hermanos y sacerdotes, fundada en Italia en 1987 por el beato Juan Bautista Scalabrini, y cuya misión consiste en ayudar a los migrantes.
Por su parte, la abogada García Gámez se ha dedicado por años a proteger en Arizona los derechos de miles de migrantes mexicanos y centroamericanos, principalmente, denunciando abusos y atropellos y dándoles orientación jurídica. Mientras que el Revdo. Hoover y la Organización “Humane Bordeas” se dedican a otorgar ayuda humanitaria a quienes arriesgan su vida al intentar cruzar el desierto de Arizona.
En el panorama de la migración hacia nuestro País, hay unos tonos muy oscuros de corrupción y de violencia. El P. Rigoni, en una entrevista a “El Universal”, contaba la dura experiencia de atender a mujeres atacadas y ultrajadas en los caminos. Pero en este cuadro también brilla un claro fondo cristiano. Movidos por la fe en Cristo, muchos hombres y mujeres, ayudados por otros tantos quizá no creyentes, dedican su vida a ayudar a los migrantes.
Así, al recibir el Premio, el religioso italiano expresó ante el Presidente Calderón que “el derecho, la ayuda humanitaria, la religión, la solidaridad se encuentran sellados, sellando mujeres y hombres de buena voluntad que queremos construir juntos un arcoiris de paz y de convivencia”. Por su parte, el Primer Mandatario señaló que se estaba reconociendo la labor de "unos buenos samaritanos que han ayudado a quienes no conocen. Me solidarizo y me adhiero a quienes se oponen a los intentos de considerar como un crimen la búsqueda de oportunidades de trabajo, y no aceptamos que se pretenda dar un trato de delincuentes a gente honesta y trabajadora".
Estos Premios de Derechos Humanos son una señal de que aún nos falta aprender a vivir la solidaridad con los migrantes. Y el ejemplo de estos galardonados es una muestra de que la fe religiosa es impulso poderoso para luchar contra la injusticia y para aliviar el sufrimiento de los hermanos que salen de sus naciones, en busca de mejores oportunidades. Para un creyente no cabe la indiferencia ante el dolor de los migrantes. Ha llegado ya la hora de mirar a la frontera sur, para exigir respeto hacia los migrantes que vienen a nuestra Nación.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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