Luis-Fernando Valdés
El próximo marte nuestro País estará de júbilo por el 475 aniversario de las apariciones de la Virgen de Guadalupe. Millones acudirán a la Basílica, y otros tantos más lo celebraremos en nuestras ciudades. Esta milagrosa Imagen es un símbolo importante de nuestra historia nacional, pero ¿cuántos creyentes son concientes del verdadero significado de la Guadalupana? ¿en cuántos esta religiosidad influye para ser mejores ciudadanos? A la vista de esto, conviene preguntar: ¿la Virgen del Tepeyac es una mera costumbre o es una devoción viva, que lleva al compromiso personal?
En su libro «Siglo de Caudillos», el historiador Enrique Krauze menciona que los diversos Presidentes mexicanos del s. XIX tenían claro que interferir en la devoción a la Virgen de Guadalupe equivaldría a incitar a una revuelta incontrolable. Sabían que cada mexicano se sentía plenamente identificado con la Señora del Tepeyac, que Ella era parte de su sensibilidad. Recordaban quizá que, tras el estandarte guadalupano empuñado por el Cura Hidalgo, salió una multitud enardecida a luchar por la Independencia. Pero hoy día todo eso parecería ser parte de la historia, hasta se podría pensar que ha cambiado la sensibilidad de los mexicanos. Para ilustrarlo, haré referencia a un episodio reciente, pero sin intención de fomentar la violencia, ni de hablar de política. En el pasado verano, un partido político usó una imagen modificada de la Virgen, para manifestarse contra el resultado de las elecciones del 2 de julio, y no vimos una protesta generalizada ni tulmultuosa en el País. ¿Por qué esta reacción tan distinta en el s. XXI? ¿Qué ha pasado?
Posiblemente, esa reacción tan escasa es reflejo de la perdida del sentido religioso que ha ocurrido en la vida personal de muchos mexicanos. Ciertamente un porcentaje muy grande de ciudadanos se considera creyente, pero «creer» no significa solamente aceptar un credo, sino que implica compromenter la propia existencia para vivir de acuerdo con esas creencias. Y éste es el drama moral de nuestra sociedad: que nuestras creencias religiosas no influyen en nuestro modo de ver la vida, ni en nuestra conducta diaria. Quizá el Ayate del Tepeyec ha dejado de ser, para muchos, el símbolo de un compromiso vital.
Sin embargo, la auténtica devoción a la Guadalupana implica salir del ámbito de la propia conciencia, y reflejar en la vida pública las propias convicciones religiosas. Así lo expresó Juan Pablo II, cuando se cumplían los 450 años de las Apariciones: «Es necesario y urgente que la propia fe mariana y cristiana impulse a la acción generalizada en favor de la paz para unos pueblos que tanto están padeciendo; hay que poner en práctica medidas eficaces de justicia que superen la creciente distancia entre quienes viven en la opulencia y quienes carecen de lo más indispensable; (…) ha de restablecerse en la mente y en las acciones de todos la estima del valor supremo y tutela de la sacralidad de la vida; ha de eliminarse todo tipo de tortura que degrada al hombre, respetando integralmente los derechos humanos y religiosos de la persona» (Homilía, 12.XII.1981).
Les deseo de todo corazón, que la celebración de la fiesta de la Guadalupana, el próximo día 12, sea una ocasión de meditar en el compromiso personal de vivir personalmente la fe que profesamos, y que esas reflexiones nos ayuden a asumir la responsabilidad de manifestar esas convicciones en la vida diaria. Éste es el genuino sentido de la devoción guadalupana. Éste será el nuevo milagro de la Virgen Morena.
Correo: lfvaldes@gmail.com
http://columnafeyrazon.blogspot.com
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