Luis-Fernando Valdés
Todos tenemos un gran anhelo de paz. Paz en nuestras familias, paz en nuestro país, paz en el mundo. Pero el hecho es que la paz tan deseada es inestable, y siempre está amenzada, hasta el punto de que algunos se preguntan con cierto escepticismo, si es posible la paz. Sí es posible conseguirla, pero tienen un precio.
El precio de la paz es alto porque consiste en revitalizar los valores que la hacen posible. Se trata de auténticos cambios personales y sociales que posibilitan el surgimiento de la paz. Los filósofos del Derecho consideran que se deben defender los derechos humanos, la democracia y el estado de derecho, y se deben evitar las trampas del economicismo y la insolidaridad. Yo añadiría otros dos: la familia y la religión.
La familia es primordial para conseguir la paz, porque es fuente de afecto y de identidad. Muchas veces los conflictos surgen en ambientes donde el amor mutuo es muy bajo, o quizá nulo. Quién ha sido criado en un ambiente de amor, crece con autoestima alta, de modo que no ve en los demás un potencial enemigo, ni ve a los otros como causantes de su propia desgracia.
La familia da arraigo e identidad. Gracias a ella nos consideramos parte de una nación, de una cultura. En el seno familiar aprendemos una lengua común, y nos consideramos parte de una sociedad. Quien comparte sus valores con otros, vivirá en armonía con ellos. Lejos de ser un potencial agresor, será más bien una persona solidaria.
Por el contrario, como explica el filósofo español Jesús Ballesteros, «el desarraigo familiar con la consiguiente pérdida de vínculos afectivos es el mejor caldo de cultivo para el desarrollo de la violencia en sus diferentes formas, en cuanto elimina la conciencia moral, la convicción de la existencia de obligaciones con los otros, y facilita la manipulación de los distintos fanatismos».
Otro factor para conseguir la paz es la religión. Pero se requiere un repensar el papel de la religión como factor de paz, y en concreto, el del cristianismo como elemento de superación de conflictos. Ciertamente, desde la Reforma en el s. XVI, las diferentes religiones cristianas protagonizaron episodios muy lamentables, que alejaron de la paz y culminaron en conflictos bélicos. El origen de esas tragedia tuvo como causa importante la ingerencia de la política en la religión. Los siglos han pasado y las Iglesias cristianas han logrado bastante autonomía respecto al poder temporal, de modo que pueden proponer el cristianismo como un factor no político para conseguir la paz.
Explica Ballesteros que hay religiones cerradas, que se esfuerzan por lograr exclusivamente la solidaridad interna del grupo mediante la presión social, y que proyectan la culpa hacia el exterior a través del recurso a chivos expiatorios, siempre externos al grupo. Pero hay también religiones abiertas, que proponen como exigencia el amor universal, sin limitaciones espacio-temporales. El cristianismo es sin duda el paradigma de la religión abierta, ya que consiste en la imitación de Cristo, que asume las culpas de todos, y perdona a todos. El cristianismo propone la perfecta paz, la total negación de la violencia. Otra cosa es que desgraciadamente a veces se haya vivido de espaldas a su exigencia básica
Conseguir la paz es posible, pero requiere de un cambio profundo en nuestra comprensión de la familia y la religión. ¿Será posible paz si no revaloramos estos dos factores? Éste es el precio. Vale la pena.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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