Luis-Fernando Valdés
Nuestro País naufraga en el mar de la inseguridad y de la pobreza. Nuestra sociedad sufre continuamente frustraciones, y anhela nuevas esperanzas. Las compra al primero que las ofrece. Pero seguimos con los mismos problemas sociales y morales, junto con la pobreza y la inseguridad. Se necesita un cambio con urgencia. Necesitamos reformadores.
La historia del último siglo es un desfile de reformas fracasadas. ¿Acaso no les prometía Hitler a los alemanes una nación mejor, rica, con liderazgo? ¿Acaso no se comprometió Stalin a promover la libertad y a emancipar a los proletarios de su pobreza? Ni el nazismo ni el comunismo consiguieron la riqueza para su pueblo y, en cambio, llevaron a la esclavitud y a la muerte a millones de personas.
Ambas ideologías se presentaron como una esperanza, pero fallaron. Fracasaron porque pretendían constituirse como revoluciones verdaderas, pero en realidad eran sistemas totalitaristas. Benedicto XVI, con mucha agudeza, describe el fondo de todo totalitarismo, al explicar que éstos surgen cuando se toma un punto de vista humano y parcial como un criterio absoluto de orientación.
El Papa enseña que «la absolutización de lo que no es absoluto, sino relativo, se llama totalitarismo. No libera al hombre, sino que le priva de su dignidad y lo esclaviza» (Discurso, 20.VIII.05). Ni la raza, ni la economía son absolutas, por eso fracasaron el nazismo y el comunismo.
¿Qué es lo que sí libera al hombre? «No son las ideologías las que salvan el mundo, sino sólo dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro creador, el garante de nuestra libertad, el garante de lo que es realmente bueno y auténtico», explica el Romano Pontífice.
Y añade: «La revolución verdadera consiste únicamente en mirar a Dios, que es la medida de lo justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Y ¿qué puede salvarnos, si no es el amor?» (ibidem).
Dios libera al hombre. Pero estas palabras no deben ser interpretadas como un «teocratismo», que es otro totalitarismo. Cuando la religión se absolutiza también cae en un totalitarismo, y en vez de dar una esperanza al hombre, termina por destruirlo.
La religión libera sólo cuando conocemos el verdadero rostro de Dios. Debemos cambiar nuestra idea sobre Dios. Sólo así lo aceptaremos. En este mundo, Dios no le hace competencia a las formas terrenales de poder. Dios es diferente. Y esto significa que para aceptarlo cada uno debe cambiar, y aprender el estilo de Dios, que no busca poder temporal.
Y ¿cómo se lleva a la práctica este cambio? Esto se consigue cuando aprendemos a acomodarnos al modo divino de ejercer el poder: Jesús ejerce su poder divino sirviendo a los demás. Hemos de convertirnos en hombres de la verdad, del derecho, de la bondad, del perdón, de la misericordia, de la solidaridad.
¿No será un poco pretenciosa esta propuesta para el ciudadano de a pie? No lo es. Y la señal de que es una proposición viable la tenemos en la vida de quienes han logrado llevar una vida del modo justo y verdaderamente libre, siguiendo ese estilo de Dios. Ellos nos indican la vía para ser felices y nos muestran cómo se consigue ser personas verdaderamente humanas.
En todas las crisis de la historia, estas personas han sido los reformadores, que con su vida han ayudado a la humanidad a no caer en la desesperanza. Pensemos en Juan Pablo II. «Los santos son los verdaderos reformadores», afirma Benedicto XVI. Sólo de hombre y mujeres como ellos provendrá la verdadera revolución, porque sólo de Dios proviene el cambio decisivo del mundo.
Necesitamos reformadores, con urgencia.
Correo: lfvaldes@gmail.com
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