Luis-Fernando Valdés
Hoy la Iglesia católica celebra su festividad más importante: la resurrección de Jesucristo. Si observamos despacio, esta fiesta es un reto grande a nuestra mente. ¿Es verdad que aquél al que mataron en una cruz volvió a la vida? ¿La resurreción de Cristo es un «hecho» histórico o es una mera «creencia»?
La clave de este tema se encuentra en que intervienen dos factores, que actualmente se nos presentan como contrapuestos: la historia y la fe. La historia es considerada por bastantes académicos como el único fundamento de lo real, de manera que sólo sería verdadero un suceso del que se pueden comprobar los datos y del que se puede hacer una reconstrucción material. Pero esta visión prescinde del signficado profundo de los hechos y se limita a una simple representación intelectual de una realidad que es mucho más densa y rica.
En otra palabras, esta concepción reduce los hechos reales a los hechos medibles, y deja de lado el significado y el sentido humano que contienen. Y como la fe aporta básicamente el significado humano y divino de los hechos que cuenta la Biblia, no entra en los parámetros «científicos» de la historia.
Como ejemplo de este conflicto entre la historia y la fe tenemos a Rudolf Bultmann, un importante biblista protestante alemán del siglo XX. Este Autor negaba el carácter histórico de la resurrección, porque negaba el hecho de la resurrección. Para él, este suceso pertenecería exclusivamente a la fe (y una fe luterana, que no se apoya en la razón), de modo que no tendría sentido tratar de encontrar a nivel histórico, ningún vestigio del Resucitado.
Pero la fe católica nunca ha renunciado a los datos históricos a nombre de la fe. Siempre ha buscado un equilibrio entre los hechos históricos y su interpretación sobrenatural. En la base de la doctrina cristiana está la realidad del Resucitado. No ha sido la predicación de la Iglesia la que lo ha vuelto a la vida. En consecuencia, Cristo vive en toda su realidad personal: alma y cuerpo. El acto de fe se apoya en un hecho histórico: el sepulcro vacío y las apariciones de Jesús a sus discípulos.
El problema de la credibilidad de la resurrección de Jesús no está en el orden de los hechos verificables, más bien se sitúa en el plano de la interpretación de la historia. Es necesario ampliar el alcance de lo histórico y aceptar que hay otras vías de acceso a la realidad. Por ejemplo, puedo documentar las fechas exactas de nacimiento de mi papá y de mi mamá, y tener testimonios orales y gráficos de su boda, pero lo importante de la historia de mis padres no son esos datos, sino su amor mútuo y el cariño que me han tenido. Y ese amor es tan real y tan histórico como los hechos de sus nacimientos y su boda.
De igual manera, al anunciar la resurrección de Jesús, los cristianos no prentendemos sólo transmitir unos datos, sino dar a conocer su significado profundo y vital. Es un anuncio que compromente la existencia tanto de los que lo predican como de los que lo escuchan. En concreto, aceptar que Cristo resucitó, conlleva sostener que Jesucristo es Dios, y por eso pudo regresar de la muerte a la vida. También implica que todo lo que que Jesús dijo sobre Dios y el hombre, y toda su exigente moral son enseñazas verdaderas. Por eso, en ocasiones, cuando una persona no quiere aceptar esas exigencias de la «fe», empieza por negar la realidad de los datos de la «historia». De ahí que San Pablo afirme que «si Cristo no resucitó, nuestra fe es vana» (1 Corintios 15, 14).
Correo: lfvaldes@gmail.com
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