Año 14, número 690
Luis-Fernando Valdés
El Papa Francisco modifica el texto del Catecismo y declara que es “inadmisible” la pena de muerte. Esta decisión nos empuja a reflexionar: ¿por qué la Iglesia antes apoyaba la pena capital? ¿por qué ahora puede cambiar el Magisterio?
La dignidad humana siempre se conserva aunque el sujeto sea un criminal, que deberá ser castigado severamente pero no asesinado. |
1. Un cambio largamente anunciado. Durante siglos la teología católica apoyó la pena de muerte, basada en el deber del Estado de tutelar el bien común y cuidarlo eficazmente de un agresor de las vidas humanas.
Sin embargo, Pablo VI suprimió la pena capital en el Estado Vaticano en 1969 y Juan Pablo II luchó para abolirla en todo el mundo. El Papa polaco afirmó en su magisterio pontificio que: “ni siquiera el homicida pierde su dignidad personal y Dios mismo se hace su garante” (Evangelium vitae, 1995, n. 9).
Y eso conllevó una primera modificación del n. 2267 del Catecismo de la Iglesia Católica, en el que se pasó de justificar la pena de muerte a establecer que tal castigo sólo se admitía si era “el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas”; además aclaraba que de hecho “los casos en los que sea absolutamente necesario suprimir al reo suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos”.
Después los discursos sobre este tema pronunciados por Juan Pablo II, Benedicto XVI y el mismo Francisco han empujado cada vez más a pedir a los Estados que supriman la pena de muerte en sus legislaciones.
2. La dignidad humana, base del nuevo texto. Siguiendo la enseñanza de Juan Pablo II en Evangelium vitae, la nueva redacción afirma que la supresión de la vida de un criminal como castigo por un delito es inadmisible porque atenta contra la dignidad de la persona, dignidad que no se pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves.
Añade que hoy se llegado a comprender que las sanciones penales aplicadas por el Estado moderno, que deben estar orientadas ante todo a la rehabilitación y la reinserción social del criminal.
Finalmente, explica que, para proteger de los criminales la vida de personas inocentes, la sociedad actual tiene sistemas de detención más eficaces, de modo que la pena de muerte es innecesaria.
3. Fidelidad y cambio. Para algunos podría sonar contradictorio que la Iglesia modifique el Catecismo, pues identifican fidelidad con fijación. Sin embargo, es lo contrario, pues se trata de cambiar para poder ser fieles al Evangelio. Y así, a lo largo de estos dos milenios, la Iglesia continuamente ha reflexionado para ver si postura es realmente coherente con el Evangelio original.
Por eso, el cardenal Luis Ladaria, prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe, en la Carta de presentaciónde esta modificación del Catecismo, señaló que este cambio es fruto de “la conciencia cada vez más clara en la Iglesia del respeto que se debe a toda vida humana”.
Epílogo. Esta modificación del Catecismo conlleva un cambio de paradigma muy profundo, pues indica que la dignidad humana no admite excepciones, pues ni siquiera un criminal deja de tenerla. La dignidad en algo previo al sujeto mismo y no en sus acciones, y éste no la pierde, aunque sus acciones sean muy reprobables.
Era muy importante dar este paso, pues cuando admitimos que hay una excepción para no respetar la vida humana (como el caso de un criminal), abrimos la puerta para que haya más excepciones (como el aborto, la esclavitud, la venganza o la eutanasia).
Y, al mismo tiempo, recibimos otra gran enseñanza: que la fidelidad al Evangelio se opone a los fundamentalismos o al tradicionalismo. Somos testigos de un examen de conciencia de la Iglesia, para aceptar que hoy día la fidelidad al Evangelio de la vida requería una conversión. Y Francisco fue valiente para dar el paso.
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