Año 14, número 686
Luis-Fernando Valdés
Hace cinco años, Francisco, recién elegido Papa, nos sorprendió con un viaje a la isla de Lampedusa, icono del drama de los que emigran hacia Europa. Esa visita marcó un aspecto central de su pontificado: la defensa de los migrantes. ¿Qué solución propone el Pontífice?
Rescate en el Mediterráneo. Con frecuencia naufragan los balseros que van hacia Lamepedusa (Italia). El Papa alabó la tarea de los rescatistas. (Foto) |
1. A cinco años de Lampedusa. Fue el 8 de julio de 2013, a sólo tres meses del inicio de su Pontificado, cuando el Papa visitó la isla italiana de Lampedusa, puerto por donde llegan cada día centenares de balseros a Europa y, a la vez, sitio donde mueren ahogados muchos de ellos.
En aquella ocasión, Francisco expresó que hacía esa visita para “despertar nuestras conciencias, para que lo que ha sucedido no se repita”. Para recordarlo, el reciente 6 de julio, el Papa celebró una Misa en la Basílica de San Pedro, en la que participaron migrantes y socorristas.
2. Una respuesta a medias. En la homilíade esa Misa, el Pontífice recordó que en aquel viaje hace cinco años, él se hizo eco del “perenne llamado a la humana responsabilidad”, tomado de Génesis 4: “¿Dónde está tu hermano?, la voz de su sangre grita hasta mí”. Y lamentó que las respuestas a esta llamada –aun siendo generosas– “no han sido suficientes” y, en consecuencia, “hoy nos encontramos llorando a millares de muertos”.
3. Injusticias contra los migrantes. El Papa denunció también el silencio ante las injusticias que se comenten contra los migrantes. Se trata más bien de muchos silencios: “el silencio del sentido común, el silencio del ‘siempre se ha hecho así`, el silencio del ‘nosotros’ contrapuesto al ‘vosotros’.”
Francisco, una vez más, insistió que los migrantes y los refugiados “son víctimas de esa cultura del descarte”, es decir, de una mentalidad que considera que las personas son seres desechables cuando no se les considera útiles.
También habló de la “hipocresía estéril” de quien no quiere “ensuciarse las manos”, la cual es una “tentación muy frecuente también en nuestros días”, que se traduce en “una cerrazón respecto a quienes tienen derecho, como nosotros, a la seguridad y a una condición de vida digna, y que construye muros ―reales o imaginarios― en vez de puentes”.
4. Una respuesta práctica. El Obispo de Roma repitió su propuesta práctica para ayudar a los migrantes. “Frente a los desafíos migratorios de hoy, la única respuesta sensata es la de la solidaridad y la misericordia”, dijo.
Según el Papa ésta es “una respuesta que no hace demasiados cálculos”, pero exige “una división equitativa de las responsabilidades, un análisis honesto y sincero de las alternativas y una gestión sensata”.
Se trata de “una política justa es la que se pone al servicio de la persona, de ‘todas’ las personas afectadas; que prevé soluciones adecuadas para garantizar la seguridad, el respeto de los derechos y de la dignidad de todos; que sabe mirar al bien del propio país teniendo en cuenta el de los demás países, en un mundo cada vez más interconectado”.
Epílogo. La voz del Papa, en este mundo globalizado, sigue siendo “la voz de los que no tienen voz” (frase acuñada por Juan Pablo II). La cercanía de Francisco a los migrantes es fundamental, porque los migrantes quedan en “tierra de nadie”: lejos de su patria y sin derechos en un país ajeno.
Por ahora, la voz del Pontífice es un medio importante para que la opinión pública internacional no deje a los migrantes en el olvido y para que exigir que sean respetados los derechos de quienes quedan al desamparo, lejos de su tierra, lejos de los suyos.
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