Año 13, número 648
Luis-Fernando Valdés
Después de las
grandes muestras de apoyo humanitario por los recientes cataclismos, la
solidaridad tenderá a disminuir. ¿Qué necesitamos para que la solidaridad sea,
de modo constante, parte de nuestra vida diaria?
1. Una necesidad actual. Las sismos y huracanes de México y el
Caribe nos han mostrado el rostro de la solidaridad, pues observamos a millares
de personas dando su tiempo y compartiendo sus bienes, para rescatar y ayudar a
las víctimas. Sin embargo, esos momentos especiales no hacen que desaparezca la
realidad de la crisis social contemporánea, llena de dificultades económicas,
financieras y laborales.
Además, la
política, la democracia y la participación ciudadana no viven su mejor momento,
y tampoco han sido capaces de solucionar la migración forzada, el tráfico de
personas, las hambrunas y las guerras. Por eso, la solidaridad realmente está
lejos de ser un elemento central de nuestra civilización.
2. Un aniversario importante. En este año se cumplieron 50 años de la
encíclica “Populorum Progressio” (1967) de Pablo VI, quien se adelantaba a su
tiempo pues proponía un modelo de ética social para un mundo que estaba a punto
de convertirse –en palabras de Marshall McLuhan– en una “aldea global”. Ese
documento proponía una renovada formulación del principio de interdependencia
planetaria y del destino común de todos los pueblos de la Tierra.
Para continuar el
impulso de esta encíclica profética, la Congregación para la Educación Católica
acaba de publicar un documento titulado “Educar
en el humanismo solidario” (22 sept. 2017), que ofrece un programa “al
servicio de un nuevo humanismo, donde la persona social se encuentra dispuesta
a dialogar y a trabajar para la realización del bien común” (n. 7).
3. ¿Por qué hay que educar hoy en la
solidaridad? Como señala el
documento, resulta paradójico que el hombre contemporáneo “haya alcanzado metas
importantes” en el conocimiento de la naturaleza, la ciencia y la técnica,
pero, a la vez, carezca de una “programación para una convivencia pública
adecuada, que haga posible una existencia aceptable y digna para cada uno y
para todos” (cfr. n. 6).
Y, si añadimos el amplio
panorama de injusticias sociales, vemos que es necesario un modelo educativo
que no sólo desarrolle habilidades intelectuales y físicas, sino que permita
que el “humanismo solidario” se arraigue en el modo de ver la vida y de actuar
de toda una sociedad, que hoy está marcada por el individualismo.
4. ¿En qué consiste el humanismo
solidario? En la presentación
del documento, Mons. Angelo Vincenzo Zani, secretario de
esa Congregación vaticana expuso los resultados que buscan obtener. El primero
es la “inclusión”, que permita a cada ciudadano –y no sólo a algunos– se
sienta partícipe activo en la construcción de la nueva cultura solidaria.
El segundo es conseguir
una “ética inter-generacional”, es decir que la generación actual comprenda que
“construir el bien común, que no sólo involucra a los contemporáneos”, sino
también a los ciudadanos de las futuras generaciones. Y el tercero consiste en
proponer a las universidades que añadan a su función de enseñanza e
investigación, la dimensión de la apertura a la sociedad y a sus problemáticas.
Epílogo. Es maravilloso que
prácticamente todos seamos solidarios en los momentos de catástrofes naturales,
pero también deberíamos serlo ante las imperceptibles crisis sociales,
económicas y morales.
Necesitamos pasar
de la “solidaridad de emergencia” a la “cultura de la solidaridad”. Pero este
cambio sólo vendrá si hay un cambio de modelo educativo basado en el “humanismo
solidario”, que forje una nueva mentalidad, ya que “las formas de pensar
influyen en las formas de actuar” (Francisco).
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