Luis-Fernando Valdés
Por fin, el pasado día 25 de este mes, se publicó la esperada primera Encíclica del Papa Benedicto. Desde que se anunció a los medios, el tema de este documento nos llenó de gusto, pues no dejó de ser una grata sorpresa que se tratara del amor. «Hemos creído, nos dice el Papa, en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida» (n. 1)
Titulada Deus caritas est (Dios es amor), la Encíclica aborda un aspecto de la máxima importancia tanto para cada persona como para toda comunidad, ya que el amor «siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor» (n. 28, b).
Este escrito ofrece una visión optimista del cristianismo, porque nos recuerda que el centro de la enseñanza y la praxis de la fe católica es el amor. Con realismo, el Santo Padre se enfrenta a una de las objeciones más comunes presentadas a la Iglesia. El Papa se pregunta si la Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones, no convierte acaso en amargo lo más hermoso de la vida.
Y el Pontífice responde que la Iglesia no condena el amor, sino que lo custodia para que no se desvirtúe y siga siendo auténtico. Con este documento magisterial, Benedicto XVI sale al rescate del amor, y explica cuál es el verdadero amor y enseña también los aspectos sociales del amor auténtico.
El amor personal tiene dos aspectos. Uno es la atracción, llamada por los griegos «eros», y el otro es la entrega desinteresada, conocida como «ágape». Actualmente, algunas personas suelen reducir el «eros» al mero impulso sexual. Pero esa visión, enseña el Papa, implica «una degradación del cuerpo humano, que ya no está integrado en el conjunto de la libertad de nuestra existencia, ni es expresión viva de la totalidad de nuestro ser, sino que es relegado a lo puramente biológico» (n. 5).
En cambio, el desarrollo del amor «hacia sus más altas cotas y su más íntima pureza», explica el Santo Padre, conlleva el que «aspire a lo definitivo, y esto en un doble sentido: en cuanto implica exclusividad —sólo esta persona—, y en el sentido del “para siempre” » (ibid).
Por otra parte, la sociedad tiene necesidad del amor y, por eso, Benedicto XIV exhorta al «ejercicio del amor, por parte de la Iglesia», pues ésta es una «comunidad de amor» (cfr. n. 19).
El Papa describe en tres rasgos la manera como los católicos deben vivir esa dimensión social del amor. En primer lugar, no se trata sólo de «profesionalizar» los servicios asistenciales, sino de retomar la dimensión religiosa del servicio a los demás. Se trata de un encuentro personal con Cristo, cuyo amor ha tocado el corazón del creyente suscitando en él el amor por el prójimo (cfr. n. 31,a).
En segundo lugar, el Obispo de Roma nos recuerda que el amor no es un medio, sino un fin. Por eso, «la actividad caritativa cristiana ha de ser independiente de partidos e ideologías. No es un medio para transformar el mundo de manera ideológica y no está al servicio de estrategias mundanas» (n. 31,b).
Y, finalmente, el Santo Padre señala que el amor es gratuito. «La caridad no ha de ser un medio en función de lo que hoy se considera proselitismo. El amor es gratuito; no se practica para obtener otros objetivos» (n. 31,c).
Benedicto XVI no deja de sorprendernos. Sigue derribando los prejuicios. Dejará de ser considerado el «panzerkardinal», para ser conocido como el «Papa del amor». Y es lógico: quien custodia con firmeza la doctrina debe ser fiel al mensaje central del cristianismo: que «Dios es amor» (1 Juan 4, 16).
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